Era una sensación indescriptible, el ser humano jamás había sentido o visto lo que viví en ese momento, sentía mis latidos en mis tímpanos, mi respiración profunda y sin compás, sentía una liberación infinita, una paz y tranquilidad que en mi vida jamás había presenciado. Estaba todo oscuro alrededor mío, no veía mis manos y mis piernas, no había un rayo de luz, el sol no se encontraba cerca para poder darle mi último vistazo.
Flotaba, flotaba sin ningún sentido y sin algún final, no sabía cuánto tiempo había pasado pero lo sentía una eternidad, pero no tenía miedo, no perdí la cabeza, no sentía nada, fue como si me arrancaran las emociones y me sintiera vacío, no tenía ganas de llorar, ni de gritar, ni de parar.
Me habían arrancado toda humanidad y razón de ser, ya no sabía si yo estaba muerto o si en realidad mi alma había salido de mi cuerpo, o si estaba solo, o si ya no tenía consciencia.
Parpadeé para ajustar mi vista, un pequeño halo de luz me rodeaba, era una luz tenue violeta que me abrazaba y me cobijaba. Observé a mi alrededor y me encontré con diferentes halos de luz de diferentes colores, violeta, rosa, blanco, azul, todas danzando juntas.
Escuché un rugido, estaba seguro que no era proveniente de algún ser vivo. Escuché otro. Otro más. Eran relámpagos, cientos y cientos de estos, uno tras otro golpeandose entre ellos, gritando y desgarrandose hasta morir. Veía los fuegos artificiales más bonitos y quería tocarlos, acercarme y morir.
Seguía cayendo, lento, alrededor de la luz y los truenos. Sin voz y sin sentimientos. Estaba seguro que había perdido la conciencia puesto que ahora mi realidad era diferente, aún había luz, pero había cambiado, la luz ahora era azul, completamente azul, sentía el frío correr en cada uno de los poros de mis huesos, me empezaron a doler, me doblaba de dolor entre la luz, fracturandose cada parte de mi cuerpo, escuchaba el crujir de mis articulaciones y el dolor me cegaba.
Sentía frío, se congelaba cada uno de mis músculos, de mi garganta no salían mis gritos y de mis ojos no salían mis lagrimas. Estaba paralizado, completamente solo con la luz azul, ahora gris, rodeandome.
Mis ojos eran los únicos que se movían, ahora lo único que me quedaba era disfrutar del paisaje a mi alrededor.
Ahora las luces y los rayos se combinaban bailando entre ellos, nubes y polvo me rodeaban, violeta, rosa, azul, verde, todos los colores combinados en esta melodía infernal.
Mis músculos inmóviles y articulaciones desaparecidas me guiaban a una caída libre sin fin, acompañado de esta maravillosa fiesta de colores.
Lloré, por fin pude llorar. Todos pensamos en la muerte como algo oscuro y aterrador, pero lo que yo presencié fue el mismísimo cielo, una esfera de luz cegadora que me esperaba al final del camino. Lloré no por miedo, lloré porque fue el momento más precioso de toda mi vida, lloré porque la misma paz que sentía al principio de mi camino, me llenaba el alma y me atraía a ella.
Cerré los ojos.
Los cánticos de los ángeles sonaban en mi cabeza.
Sentía las caricias de la muerte. Y ésta me abrazó en Júpiter.