Mi Última Noche.

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Es 11 de noviembre del 2032. Hace una noche tormentosa de primavera, de esas que te hacen pensar lo seguro que estás en casa. Tengo 30 años. Mi departamento es rústico y acogedor.

Soy un escritor, y en mi opinión, uno mediocre. Siempre escribo en lápiz y papel, como me instruyó mi mentor a temprana edad. No es fácil encontrar utensilios así estas últimas décadas, pero yo creo que lo vale. Es un proceso más orgánico.

Las gotas caían en mi ventana como lanzas alargadas e impactaban cual pequeñas explosiones. Me transmitía enorme inspiración, difícil de encontrar cuando no salís o no tenés interacción con las personas. Aunque no se me dé muy bien relacionarme, esa no es la verdadera razón por la cual no salí en dos días. Estoy escribiendo una novela, y hoy llegué al clímax de la historia, y al capítulo final. Eran casi las diez y media cuando logré escribir la última frase de toda la historia. Pero mi alivio psicológico se vio interrumpido cuando pasó algo muy extraño.

Me levanté y abrí la ventana para fumar, así también para contemplar con más detalle el tiempo. Pronto me dí cuenta de que no tenía fuerzas para permanecer de pie, tuve que sentarme a un lado. Escuché el chirrido de mi sillón y suspiré largamente. Por unos momentos, tuve paz.

De repente, dejé de escuchar el ruido del agua. No le dí importancia, hasta que dejé de escuchar todo. Abrí los ojos para revisar. La lluvia había parado. Y no, no escampó. Las gotas quedaron congeladas en el aire, como una pintura. Llevé mi vista al cigarrillo en mi mano. El pequeño humo también estaba inmóvil, y aunque moviera mi brazo, simplemente seguía al cigarrillo en la misma posición.

El tiempo se había parado, y, gracias a esa revelación, sabía quién estaba detrás de mí. Tragué saliva para hablar.

-¿Puedo preguntar cómo?

-No.

Me esperaba la voz más profunda que alguien alguna vez haya escuchado, pero me llevé una sorpresa. Lo que oí fue mi propia voz. Me giré en mi lugar para verlo, y ahí estaba, parado a unos metros. La lámpara prendida estaba detrás de él, así que no pude verlo perfectamente, pero podía reconocer mi propio rostro.

-¿Acabo de morir?...

-Todavía no.

-No entiendo, ¿por qué no me llevás todavía?...

La Muerte levantó un brazo y apuntó hacia su izquierda.

-Ahora mismo, en una base de experimentos al norte de China, se acaba de descubrir la cura.

-¿Cuál cura?

-La cura que me contrarresta. La inmortalidad. Sé que te interesa el tema.

El espectro se recostó como si hubiera un sillón detrás de él. Me hizo consciente de mi postura al sentarme.

-¿Sabés qué significa eso?

Giré mi cabeza en negación.

-Que desde este punto en adelante, mis días están contados. No más muertes, no más Muerte. En unos años va a haber una gran guerra por ello, y después...no creo que me quede mucho tiempo...

-¿Y por qué me lo contás a mí?...

-Necesito digerirlo...y no estás asustado de morir. Te conozco, sé que hubieras querido que te lleve antes. Antes de la otra guerra...

Quedé en silencio, mi cabeza hacía un esfuerzo para comprender la situación.

-Tomate tu tiempo...

Él hablaba con una casualidad aterradora.

Por instinto cuestioné:

-¿Por qué te parecés a mí?

-Dependiendo de la idea de cada persona sobre la muerte, adopto una forma distinta. Para algunos soy su Dios, para otros soy su abuelo, su madre, su esposo, su hija. He llegado a ser un perro para un chico...creo que entenderás por qué adopté tu forma.

Asentí, moviendo muy lentamente la cabeza.

-¿No te molesta, no?

No sabía cómo sentirme al respecto. Pero tampoco tuve el tiempo suficiente para pensar, ya su familiar risa había roto el breve silencio. Por el tono de mi voz en su risa, noté que era muy sincera.

-Es un chiste, un chiste.

La Muerte relajó sus músculos y miró a la ventana.

-Siempre disfruté mi trabajo, si es que lo puedo llamar así. Es mi razón de existir. Observé cada rostro al afrontar su destino, cada expresión. Desde sorpresa hasta rendición...nunca pensé que alguien me vería así, pero...

Sus manos corrieron a ocultar las lágrimas que caían de sus ojos. Empezó a reír de nuevo.

-Así que así se siente...se siente bien. "El reclamador de almas", "el destino de todos" llorando como un animal desamparado...

Creo que en ese momento mi rostro detonó demasiado horror.

-Disculpá, es que...como sé que estudiaste psicología, pensé que estarías dispuesto a escucharme.

-Está bien...

-Gracias...bueno, ya va siendo hora, ¿no?

La Muerte se levantó de un brinco.

-Vamos.

Cuando me levanté me sentí más ligero, pero no escuché el chirrido de mi sillón.

Giré. Pude verme a mí mismo, dormido. Por el susto me alejé, quedé flotando en el aire.

-Ahora somos tres. -Dijo en broma.

Antes de partir, le hice una petición. Que escribiría lo que había pasado como mi última obra, y mi último registro de conciencia. A la persona que encuentre este relato, le doy gracias por leer.

La luz deslumbra la habitación, y ya me tengo que ir. No me siento triste, pero sí decepcionado. Y no: no tengo miedo. Él parece ser más amable de lo que uno creería.

Cuentos ArgentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora