Prólogo

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Cuando una poción explota, primero piensas en tu alumno.

El sonido de los calderos hirviendo, el pasar de las páginas de los libros y el tintineo de los removedores al chocar contra los calderos era lo único que se escuchaba en la clase de pociones de Slytherin-Gryffindor. Y obviamente también estaban los comentarios despectivos del profesor Snape a los alumnos de Gryffindor por sus pésimas pociones.

Y en el primer banco de la primera fila, sentado solo, estaba Harry Potter. Había llegado más temprano de lo normal y el profesor lo había sentado solo en la primera fila. Obviamente a su profesor no le gustaba que llegaran ni muy temprano ni muy tarde, sino a la hora justa.

Harry intentaba, con todas su fuerzas, seguir las instrucciones pero con los lentes que tenía no podía hacer mucho, se me mezclaban las letras y le era casi imposible leer.

Había estado averiguando alguna solución a su miopía durante su sexto año, pero con todo lo que pasó no pudo comprar la poción para arreglar su vista. Así que en su séptimo año seguía igual de ciego que siempre.

Así que no vio que estaba poniendo un ingrediente incorrecto y que en realidad debería haber agarrado el frasco azul y no el turquesa.

La poción se volvió violeta en vez de rosa pastel y en su desesperación, Harry metió los otros ingredientes al caldero.

El profesor vio aquello y en un rápido intento por que su estupido alumno no saliera herido, conjuro un hechizo alrededor de Harry pero cuando se dio cuenta de que el mismo corría peligro, ya era demasiado tarde, el caldero había explotado.

Mini-SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora