Civil War

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Civil War

Lo único que logré sujetar en mi huida del bar, fue mi bolso, dejando atrás la chamarra que no era mía sino de Jamie. Ya estaba imaginando como sería capaz de asesinarme cuando no regrese con ella.

Me abracé cuando el fresco me envolvió, había caminado sin rumbo fijo a paso veloz que me percaté haber llegado al parque Alameda ubicado a tres esquinas del Zócalo. La ciudad de México no era para nada tranquila y silenciosa, los cláxones de los autos eran molestosos cuando surgía un embotellamiento, pasé de largo un monumento lleno de personajes reconocidos por el país hasta tomar asiento en una banca frente al Palacio de Bellas Artes que estaba siendo iluminado por reflectores tricolores. Ya era tarde y peligroso andar sin compañía a esas horas de la noche, pero en ese momento, no me importó.

No creo que alguien hubiera querido enfrentarse con una chica de cinta negra obtenido en un videojuego donde solo apretaba las teclas con flechas.

Me sentía avergonzada y sin ánimos. Ignoré las llamadas de mi mejor amiga y sus mensajes que iluminaban la pantalla.

Estaba pasando por una Guerra Civil en mi interior.

La Natalia que conozco, no se sentiría avergonzada, hubiera enfrentado el momento con un comentario que le sacaría de su torpeza y calentura. De seguro había terminado con el chico sobre su regazo sin que nadie nos molestara, pero no, Natalia abrió la boca y huyó.

—Hace mucho frío —comentaron a mis espaldas. Antes de que pudiera alzar la cabeza, sentí la tela tibia sobre mis hombros —caminas muy rápido, eh.

Me envolví con la chamarra al removerme de la banca donde Adam se sentó. Lo miré una fracción de segundos antes de volver la vista hacia el inmenso edificio.

—No puedo creer que te gusto —prosiguió —soy un ser insignificante.

Negué.

—Ningún ser humano es insignificante, Adam —suspiré y me armé de valor —todos tenemos algo en el que somos buenos y destacamos.

Sus labios se curvaron en una diminuta sonrisa.

》—Siento mucho lo de hace un rato, fui muy intensa y crucé el límite —me tallé la mejilla con el dorso de la mano —no pienses que yo...

—No pensé en nada en ese momento, bueno, solo en que estabas siendo un poco brusca con tu mano que creí que iba a quedarme estéril —soltó una risa en donde sus mejillas se ruborizaron.

—Oh, cielos. Qué vergüenza —cerré los ojos unos segundos. Quería desmayarme ahí mismo para no enfrentar la situación, pero como mujer de veintitrés años, debía hacerlo, meh —fue la emoción, perdón.

Negó.

—Admito que me gustó, en serio—¿Dónde me guardaba? —Al igual que me hayas besado primero, pensaba en hacerlo.

Se rascó la nuca.

Abrí la boca anonadada por su confesión. Pegué un grito en mi interior.

》—Tenía un debate dentro de mi cabeza, Nat. Eres una mujer muy dinamita que me aloca la cabeza a pesar de las pocas veces que hemos cruzado un par de palabras. Tú has dado el paso.

—¿No me estás tomando el pelo? Porque si llega a ser así, te juro que te pego. —Lo dije pegando un salto para levantarme y quedar frente a él.

—No, para nada. Es más, creí que me odiabas por haberte dejado inconsciente —achiqué los ojos al recordar ese día.

Lo sorprendí con un beso en la mejilla. Con saber que le gustaba a Adam fue suficiente para que la bochornosa escena se esfumara.

No, esa noche nadie se declaró su amor, solamente nos sumimos en una charla casual donde mencionaba a los Gansos Rosas y él estaba de necio que nadie llamaría así a Guns and Roses.

—Tarde o temprano voy a convencerte, Adam.

—Me encantaría que lo intentaras —me sonrió cuando echamos andar por la acera. El frío nos había envuelto sin piedad.

—No me retes que estaré dispuesta —realicé un baile con mis cejas.

Soltó una carcajada llevando la cabeza hacia atrás a la vez que achicó los ojos.

Su lengua se encargó de humedecer sus labios. Sus movimientos fueron demasiados para mí. Muy sexys.

—¿Qué es lo que te apasiona, Nat?

Su pregunta me sacó de las nubes para poder mirarle a los ojos con tal de no ser una acosadora.

—Uf, ¿qué te digo? Me apasiona soñar, mi carrera también, nunca antes me había sentido tan a gusto con lo que estudio, cuando realizo una combinación de ambas suelo ser muy explosiva e imaginativa —miré mi camino al cruzar la calle sobre el paso peatonal —y es así como me quiero —susurré —¿Y qué hay de ti?

Le di un empujón de hombro a hombro.

—¿Aparte de qué amo estar dentro de una banda? Déjame pensar —se llevó un mando al mentón —respirar, creo —suspiró con resignación levantando un pulgar.

—¡Debe de haber algo escondido! ¡Vamos, Adam! —Obstruí su camino —tú preguntaste, yo contesté, no se vale.

Negó varias veces. Vacíe el aire de mis pulmones como si fuera un globo.

—Todavía tengo tiempo de descubrir lo que me apasiona, ¿no? —ladeé la cabeza y encogí los hombros —¿Te parece si te acompaño a casa? Supongo que vives cerca del parque donde nos vimos.

Asentí.

Cogimos un taxi que nos dejó media hora después frente al edificio donde vivía. Antes de poder entrar, incliné mi cabeza hacia la ventanilla donde aguardaba Adam, me regaló una sonrisa al estar escasos centímetros.

—Disfruté esta noche... eh, me refiero a las canciones y a ti cantando, sí.

—Deberías ser sincera —me guiñó el ojo —gracias por no abuchear a Cafeína, siempre estamos nervioso.

Asentí. Con un ademán nos despedimos y el taxi echó andar dejando conmigo una masa de humo gris que me hizo toser.

Un silbido me sacó de mis pensamientos al girarme. Fabián estaba de brazos cruzados alado de la puerta del edificio con una sonrisa burlona.

—¿Qué? —solté.

—Desde hace unos minutos presencie como los corazoncitos revoloteaban a tu alrededor —suspiró de manera dramática llevándose una mano al pecho —es una lástima que lo nuestro haya acabado.

Blanqueé los ojos. Estaba siendo un dramático.

—Te recuerdo que fuiste tú quién dijo que esto se acabó —le recordé tirando la manija de la puerta para entrar.

—Síp. Todo para que triunfe el amor —sonrió con complicidad y le mostré el dedo corazón —que dulce eres.

—Jódete.

Entre risas cada quién llegó a su apartamento y nos despedimos. Antes de entrar al apartamento, unos gemidos se colaron a mis oídos. Retrocedí horrorizada, pues Jamie y Rob seguro se la estaban pasando de maravilla.

Ugh. 

 

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Cariño, no es Gansos Rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora