Don't Cry.

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Don't Cry.

No entendía cómo los estudiantes no podían percatarse de aquella comida con procedencia extraña que se llevaban a la boca como si nada. Presioné los labios y cerré los ojos para no tener arcadas. Respiré hondo, sabía que la carne de hamburguesa de pollo, no contenía 100 por ciento ese animal, ¡¿Y qué mierda estaba ingiriendo?!

Así que no me lo pensé dos veces, encendí el megáfono al subirme a la mesa ubicada en uno de los jardines, esto con tal de llamar la atención y detener que siguieran proporcionándonos comida super rara, mi ardua investigación colándome a la cocina había dado frutos, estaba consiente hasta donde podrían llevar mis actos y acabar sentada en la sala de espera de la dirección del decano, iba arriesgarme, comencé a hablar, algunos curiosos giraron a verme y otros solo habían optado por grabarme tomándome como una completa loca, pues sí, lo era y a mucha honra.

—¡Señorita, Xian, le pido que se baje de la mesa ahora mismo! —Bertha, la encargada de la cafetería lanzó un bufido como lo harían esos toros en plena corrida.

—¡Lo siento, pero no puedo! ¡Todos deben saber de dónde le surten ese caldo con moho y la carne de pollo que no es...! —No pude terminar de hablar cuando ella me apartó el megáfono de las manos a la vez que tiró de mi brazo —eso duele, suélteme, suélteme.

—Y no te doy un tirón de orejas, ni tampoco te reporto con el decano, Natalia, ya te lo expliqué —agh, ni rebelde podía ser una vez en la vida, porque terminaban salvándome el culo —la comida es de buena calidad, yo misma la preparo —me escudriñó con la mirada y le sonreí de manera inocente.

Puf, parecía una chiquilla de preparatoria siendo regañada.

Aunque no terminaba de creerme ese cuento de la comida. Bertha se fue sin devolverme ese megáfono que no era mío, ya después me las ingeniaría para recuperarlo sin que Fabián se enterara, porque después de todo, era de él.

Jamie no me hubiera detenido, pero ella se encontraba en la biblioteca con su grupo de cerebritos estudiando, a pesar de que me invitó a pasar el rato con ellos, me negué usando como excusa que prefería leer en los jardines.

—Ahí estás, bonita.

—Bonitas tus... —me callé —no, sería un halago hacia a ti y no me va levantar tus aires de todas mías, Marcus. Aún lado que está Reina se cambia de estuche.

El chico de cabello azabache, me detuvo el paso, maldije de manera mental. No me apetecía darle una patada. Así que me planteé regalándole una de esas sonrisas al estilo: Quítate o te mato, perro. A él no a los perritos, ellos no tenían la culpa.

—¿Por qué no nos reunimos con nuestros amigos? —sus cejas bailaron de manera ridícula.

—Lo lamento, a los únicos que considero mis amigos es a Jamie y a un cactus de nombre Bizcochito, sayonara.

Sí, estaba justificando mi falta de socialización, pero, meh. Hui de los jardines con tal de explorar el interior de los pasillos del edificio, el receso se me estaba haciendo eterno y después tenía una hora libre. Tararé una canción dentro de mi cabeza al tratar de sacar mi cuaderno de apuntes con tal de adelantar los deberes, no obstante, algo me detuvo.

Una voz atrapante se coló en mis oídos sin querer dejar ir aquella canción que era deleitada por alguien. No era sorpresa encontrarse con chicas y chicos cantando o bailando, contaba con amplias áreas de artes.

—Joder, pero que voz. Creo que mojé mis bragas —murmuré para mí al querer empujar la puerta en mi modo chismosa activada. Era peor que las señoras del mercado.

Cariño, no es Gansos Rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora