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—Dijiste que estaría aquí— murmuró Dylan un poco aburrido. 

—Deberia haberlo estado, llegamos tarde... Todo por ese puto helado, Kim— dijo el pelinegro volteandose para ver al otro chico con enojo. 

—No es un puto helado, Emi. Es EL HELADO ¿No entiendes? Era edición limitada... De la peppita pig— puchereo. 

¿Qué había pasado?

Pues Dylan había ido a buscar a Emilio a su casa. Iban de camino a la Universidad cuando una señora, de aspecto extraño se les acercó. Emilio en el primer instante frunció la nariz moleto. Dylan quizo aparentar enojo, pero cuando vio que la señora sacaba dos helados con envoltura de Peppa pig no se pudo resistir. Le compró cinco y los deboro como si no comiera hace días. Al parecer el castaño seguiría comiendo si no hubiese sido por Emilio, que lo arrastró hacia la Universidad alegando que llegarían tarde. 

El pelinegro solo pudo bufar, tratando de no soltar feromonas de enojo. Se dio vuelta poniendo el gorro del gran poleron sobre su cabello, comenzó a caminar en dirección al comedor. Dylan le siguió de cerca, soltando de sus comunes y molestos chistes. 

—Tu cabello es negro, así como tú corazón— dijo poéticamente— en realidad sería de otra forma si no fueras tan gruñón, Mailo. 

El pelinegro le ignoró, entrando a la gran sala, haciendo la molesta fila solo para un par de patatas con carne y ensalada, junto a un vaso de jugo. Valdría la pena si todo lo que les dieran de comer fuera carne, Emilio amaba la carne, y solía comerla un poco cruda. Según él, en el fondo seguían siendo lobos, por lo cual le molestaba demasiado cuando se topaba con una persona vegana. Caminó hasta su típica mesa, la mesa de su grupo, una bastante alejada debido a que en ella comían Emilio y Ethan. 

Sintió aquel dulce aroma y solo paró en seco, levantando su mirada de ese apetitoso trozo de carne. Su mirada se conectó con la del pequeño Omega, sintió esas agradables descargas en su cuerpo.

Hasta que fue otra cosa la que sintió, de pronto un frío húmedo invadió su espalda. Y se dió cuenta de que su amigo castaño había chocado con él, tirándole el jugo encima y votando la bandeja al pizo, la cual chocó estruendosamente provocando que todas las miradas fueran dirigidas a él. 

Las personas se encogieron en sus asientos, sabían lo que venía. Emilio sólo pudo darse vuelta con una sonrisa totalmente forzada. Miró a su amigo, con sus ojos ahora de un fuerte color dorado, que revelaban su gran enojo.

Dylan bajo su mirada y susurró un suave "lo siento".

Emilio suspiró y supo que si no hubiese estado su Omega allí, ya le habría dado un buen golpe en su cara. 

—Por esta Dylan, por solo está vez te salvas— gruñó más que hablo. Mientras retomaba su camino a aquella mesa. 

Dejó la bandeja en la mesa de golpe, fue un milagro que la comida no haya salido esparcida. Gruñó fuertemente mirando a todos allí, ellos sabían cuanto le molestaba el que lo mirasen, eso solo aumentaría su enojo.

Y ¿quien querría tener un Emilio enojado? Pues nadie, por lo que pronto volvieron a sus cosas. Emilio bufó y quito su poleron, era su favorito, joder. Ahora tendría que pasearse en camiseta todo lo que restaba del día, soportando aún más miradas en su cuerpo. 

Por otro lado, Joaquín había observado todo aquel espectáculo con un poco de nervios. De por sí Emilio se cargaba un aura, era como que en vez de oler su típico aroma, destilaba enojo por los poros. Un poco sorprendido, vio a Emilio tirar la bandeja en la misma mesa en la que estaba él. Un escalofrío recorrió su cuerpo al escucharlo gruñir. Se obligó a apartar su mirada cuando el Alfa quito su gran poleron, simplemente mordio su labio jugando con la comida en su plato.

Pink/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora