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Joaquin estaba nervioso. Emilio se le había pasado hablando todo el fin de semana, pidiéndole una y otra vez disculpas. Pidiéndole que le dejara invitarle un helado o una hamburguesa.

Pero Joaquín simplemente sentía a su Omega herido, todo lo que había pasado y esa chica le ponían triste. Todos los sentimientos que le causaba Emilio le ponía nervioso, ansioso, no sabía cómo actuar, no sabía que era lo que sentía.

Ya era lunes, el Omega se encontraba perdido, observando el interior de su casillero ¿Debería "perdonar" a Emilio? ¿Debería aceptar nuevamente su salida? Su Omega le pedía la cercanía del alfa.
Necesitaba su olor, y Joaquin igual necesitaba verle. Todo le pedía ceder, pero no quería hacerlo tan fácil. Suspiró y finalmente cerró su casillero.

Quizás Emilio ya había aprendido la lección de no ignorarle, sobretodo después de que él no le respondiera desde el viernes. Cada día, cada mañana y cada noche un nuevo mensaje le llegaba. Todo el mundo sabía que el alfa nunca fue tan insistente, de hecho Emilio nunca había querido algo con alguien.
Emilio nunca había pedido un número de teléfono, Emilio nunca había hecho nada de lo que hizo por Joaquín.

Mordió su labio, de forma leve. En la entrada se había topado con Dylan, el alfa amigo de Emilio. Este le había explicado cierta parte de lo que sucedía con Jennie, de la beca de Emilio y lo del director. Realmente a Joaquin le molestaba que la gente rica se aprovechara de su poder, que abusara de la gente humilde y sólo por tener más dinero.

Puso un mechón de su rosado cabello tras su oreja, sintiendo el aroma del Alfa repentinamente. Le hizo cerrar los ojos, suspirar y sonrojarse hermosamente, apretar las manos y brazos contra sus libretas. Había extrañado tanto ese aroma. Había extrañado tanto la presencia del alfa. Se conocían hace poco, sí, sólo habían hablado un par de veces. Pero todavía seguía sintiéndose especial, era algo que ni siquiera él podría explicar. Era algo que nunca nadie podría explicar, porque cuando dos almas destinadas se encontraban, nada tenía explicación.

Un pequeño tirón en los cordones de su zapatilla blanca derecha le hicieron abrir los ojos. Su corazón no pudo derretirse más al ver a Emilio agachado, atando sus agujetas cuidadosamente, de forma firme pero sin que le llegara a apretar. Mordió su carnoso labio inferior, de color cereza. Sus ojos hicieron conexión con los oscuros del Afla, le regaló una bonita eyesmile, que hizo al lobo de Emilio revolotear en su interior.

El pelinegro se paró, quedando ahora mucho más alto que el de pelo rosa. Las pequeñas manitos de Joaquin sudaron a la vez que temblaban, de forma disimulada. No era capaz de hablar, no luego de haberle ignorado. Además sumarle la vergüenza que de por sí aparecía cuando estaba con el mayor.

-Debes atarlas bien, si no, podrás caerte.- murmuró el Alfa, con aquella voz ronca que erizaba la piel del bajito.

-Gracias. -dijo y volvió a poner un mechón tras su orejita, roja al igual que sus mofletes.

-¿Quieres... almorzar conmigo? -tenía la esperanza de que Joaquín dijera que sí, así que no se detuvo a pensar en algo más y sólo se lo preguntó.

Joaquin, en cambio, lo pensó un momento. Todavía no sabía si darle el pase libre, a pesar de que Emilio hubiese estado ocupado, no le costaba nada saludar. Así que mordió su labio y miró el hombro del Alfa mientras pensaba, sí o no. Al final término asintiendo, pero levantó su pequeño dedo índice en señal de espera. El Omega retrocedió unos pasos y volvió a guardar sus cosas en la taquilla, si iban a comer, no ocuparía nada de esas cosas. Luego de esto, se ubicó a un lado del pelinegro, al izquierdo, donde terminaban la taquilla. Prefería aquel lugar antes que el que daba con el resto del pasillo, sabía que recibirá algún que otro comentario y prefería "resguardarse" tras el intimidante alfa. Por instinto, Emilio puso su mano en la espalda baja de Joaquin, sin dobles intenciones. Sus ojos desafiaban a cada asqueroso y sucio alfa que ponía los ojos sobre su Omega. Estaba seguro de que Joaquin todos los días recibía algún que otro comentario morboso, y eso en cierto modo le enojaba. El pelirosa observó cómo la mandíbula del alto se tensaba, de vez en cuando. Unas fuertes ganas de pasar su lengua por el lugar le invadieron, pero apartó rápidamente los pensamientos cuando ambos llegaron al comedor. Sus mejillas seguían sonrojadas, de un color rosa durazno. Era poco probable que llegarán a desaparecer con el chico a su lado, tomándole y casi abrazándole de forma protectora.

Pink/EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora