El príncipe [Bakushima]

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El sonido de la hierba y las ramas al ser pisadas es casi como música para sus oídos, un sonido que no es nuevo pero se siente como tal al ser la primera vez que lo percibe fuera de unos muros. No está seguro de cuáles deberían ser sus sentimientos en ese momento, si debería sentirse ilusionado por estar fuera o aterrado por este mismo hecho pero por ahora todo parece ir bien, como si siempre hubiera pertenecido a ese extraño y nuevo lugar. La naturaleza se siente casi como el jardín del palacio, aunque esta es mucho más íntima y refrescante que aquel lugar que solía ser su favorito dentro de su pequeño mundo e incluso la brisa se siente más fresca que nunca cuando le golpea en la cara y le recuerda su reciente libertad.

Los altos árboles lo acompañan a cada paso que da, numerosos animalillos subiendo o posándose en ellos con tal agilidad que queda ligeramente embobado con ellos. Le parece sorprendente la velocidad con la que se desplazan, como sus patitas se aferran al tronco del árbol para subir o los adorables ruidillos que dejan salir en ciertas ocasiones. El exterior por ahora parece maravilloso.

—¿Queda mucho? —pregunta en un tono cansado Kaminari dándole una patada a una pobre piedra en mitad del camino—. Tengo hambre y estoy cansado.

—Deja de quejarte, Denki —ordena Sero arrastrando los pies para desplazarse, totalmente agotado y con ganas de caer en ese preciso instante.

Kirishima no entiende cómo ambos pueden estar tan cansados cuando el paisaje a su alrededor es tan fascinante; si por él fuera pasaría muchas horas más paseando por ese increíble y nuevo lugar. Sus ojos pueden captar los movimientos de las hojas de los árboles, sus oídos escuchar el cantar de las aves y sus manos tocar con cuidado cada planta en su camino. Es una sensación increíble el poder tocar y sentir por fin algo diferente a lo habitual, el poder caminar libremente por el exterior y respirar el aire fresco del bosque. Pensó que se sentiría más agobiado por salir de su zona de confort de una vez por todas pero le alegra saber que no ha sido así y que se está adaptando bastante bien a ese nuevo estilo de vida que deberá llevar de ahora en adelante.

—¡Llevamos demasiado tiempo caminando! —vuelve a quejarse el rubio con un pequeño puchero que lejos de darles pena solo provoca la risa en un encantado Kirishima—. Solo pido sentarnos un segundo.

—Vamos Kamibro, esto tampoco es tan malo —Trata de animarlo poniendo una mano sobre su hombro y dedicándole una sonrisa—. El paisaje es demasiado bonito como para quejarnos.

El sendero de tierra por el que están caminando está repleto de piedras y agujeros que dificultan la labor de caminar tranquilamente por él, lo cual provoca que un agotado Sero trastabille un poco al perder el equilibrio y justo introduzca uno de sus pies en uno de los pequeños hoyos del camino. Es gracioso, mágico y enigmante el ver como la naturaleza bromea con ellos pero a la vez los acoge con tanta calidez. A lo mejor no había motivos para tener miedo al exterior o a lo mejor el momento del temor no le ha llegado todavía. Da igual cuál de las opciones sea correcta, si nunca habrá o en unos días estará muerto de terror, lo importante es lo mucho que está disfrutando en ese preciso instante la incansable energía del bosque.

La hierba que se extiende una vez los límites del sendero se vuelven difusos tiene un característico tono verdoso, aunque no tan artificial y excesivamente cuidado como el del palacio. Puede recordar perfectamente la primera vez que vio a alguien arreglando el jardín de la realeza, como poco a poco nivelaba cada hoja de las esculturas en forma de diversos animales y como dejaba perfectamente cortado el césped. Sin embargo, ahí fuera es totalmente distinto a todo lo que está acostumbrado.

—Por cierto —Vuelve a intervenir Kaminari consiguiendo un gruñido desde la parte de atrás de la caminata, lugar donde Bakugō se encuentra cubriéndoles las espaldas—, ¿A dónde estamos yendo exactamente?