Al día siguiente la Policía volvió a interrogar a Carol para aclarar ciertos detalles. Se presentaron en persona en el hotel, y luego la llamaron varias veces por teléfono. El inspector LePage, en particular, parecía cada vez más escéptico y deseoso de olvidar el caso. La mantenía en la ignorancia, le hacía miles de preguntas y en cambio no contestaba a casi ninguna de las que hacía ella. Admitió, sin embargo, que el informe de la autopsia no era concluyente y que no habían detenido a ningún sospechoso. Carol no habló con nadie más, aparte de la Policía. El suceso la había dejado helada. Aquella noche soñó con un lobo enorme, con la cara del asesino, listo para agredirla, con las fauces abiertas chorreando sangre. Se despertó bañada en sudor y con el corazón latiendo a toda prisa. No se atrevió siquiera a salir a la calle hasta casi las diez de la noche.
-Necesito un taxi -le dijo al portero del Royal Medoc.
Mientras esperaba, Carol miró a su alrededor. Había un hombre bajito, fumando un cigarrillo, apoyado en una farola a medio camino calle abajo. Miró en la dirección de Carol, pero fingió no verla. Evidentemente se trataba del policía que la vigilaba. Menudo desastre, pensó Carol.
Una vez en el taxi, ordenó al conductor, aunque con gran dificultad, que la llevara a St. James, un pequeño restaurante al otro lado del Garona, en los alrededores de Bouliac. Había cenado allí la primera noche, nada más llegar a Burdeos. La comida era buena, cara, pero prix fixe, y el ambiente resultaba encantador.
Además, sentía la necesidad de salir del hotel, aunque solo fuera para cenar. Tomar un taxi parecía una opción segura. Y tomaría otro a la vuelta, así que no tenía por qué preocuparse.
El maître sentó a Carol cerca de la chimenea, junto a una ventana. Solo había dos mesas más ocupadas, ambas por parejas. El restaurante, en las afueras de la ciudad, estaba situado sobre una colina con impresionantes vistas. Las luces de las casas parpadeaban ante ella, como las líneas de luz de color rojo y ámbar de los coches que circulaban por las principales arterias. Dentro del restaurante, cálidas bombillas incandescentes resaltaban la madera de nogal de los muebles y las tapicerías color violeta. El fuego de la chimenea esparcía una reconfortante luminosidad y la calentaba; aquella noche, sorprendentemente, había refrescado.
Carol comió despacio, saboreando cada plato. Estaba encantada de haber salido del hotel. Sin embargo, seguía inquieta, recordando el suceso primero y después, retrocediendo aún más en el tiempo hasta el momento en que Rob y ella se conocieron.
Todo había sido tan distinto al principio... pensó. Ella era más joven, aunque en realidad solo habían pasado unos pocos años, pero decididamente sí era más ingenua. Rob era el tipo de chico por el que ella siempre se había sentido atraída: rubio, guapo, con cara de niño, una brillante sonrisa, tez morena, atlético, y con una estupenda carrera profesional por delante. Recordaba incluso haber pensado que parecía recién salido de las páginas de la GQ.
Los dos procedían de familias de clase media, típicamente americanas. Se habían conocido durante la noche del estreno de un teatro de aficionados de Filadelfia. Él entonces era editor sénior de una revista de Filadelfia, y ella estaba terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Pensilvania. Sin duda, todo demasiado convencional.
El camarero se acercó a servirle agua. Sonreía. Carol bajó la vista hacia su coq au vin.
La boda se había celebrado tres meses después. Compraron una casa en el mismo centro de la ciudad, la zona más de moda: la Ciudad del Amor Eterno. Carol consiguió un empleo en un pequeño bufete de abogados, y mientras tanto se preparaba para salvar el último obstáculo: los exámenes. La alta posición de Rob y su abultada cuenta corriente les permitía llevar un tren de vida envidiable. A menudo viajaban al extranjero por vacaciones, y por las noches siempre estaban ocupados con amigos, fiestas o acontecimientos culturales. Rob se compró un Mac y comenzó a dedicar su tiempo libre a escribir «la gran obra de teatro americana», como le gustaba llamarla, bromeando. Carol siguió diseñando y confeccionando trajes para el teatro y ayudando en cuanto podía, e incluso tomó una serie de clases de interpretación; era la primera vez, desde la época del colegio, en que se dedicaba a aquello que más amaba: actuar. Todo era perfecto, hasta que ella encontró la carta.
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Niño De La Noche
VampirosEL PODER DEL MUNDO DE LA SANGRE. Carol es una joven que después de su divorcio y el continuo pensamiento de que probablemente tiene SIDA, sale a viajar por el mundo, sin un futuro cierto. En la ciudad de Burdeos se encuentra cenando en un restauran...