—Inspector LePage, por favor, deje de fingir. Sé que usted sabe quién es, qué es y cómo se puso en contacto conmigo.
El detective le dio una calada a su Gitanne. Estaban sentados el uno junto al otro, en taburetes, al final de la barra de un pequeño café, donde nadie podía oírlos.
—Si pudiera encontrarlo sola, lo haría —continuó Carol—. Me he pasado las tres últimas noches en el muelle, deambulando tanto por la orilla izquierda como por la derecha, y caminando por las calles, buscándolo. Por eso lo he llamado.
—¿Por qué tiene tanto interés en encontrar a ese André, mademoiselle Robins? Hace menos de dos meses no le importaba lo más mínimo. Ni siquiera quería quedarse en Burdeos, a pesar de mis órdenes, para colaborar en la investigación de lo que, le recuerdo, usted misma insistía en que era un asesinato. Y ahora se empeña en encontrar sola al presunto asesino que, en realidad, no es más que un hombre que se mostró cortés con usted. Es puro masoquismo.
—Escuche, ya se lo he dicho —repitió Carol, desesperada—, no me importa en absoluto cuál sea su relación con él ni a qué tratos haya llegado con la Policía. Tengo que encontrarlo... cuanto antes. Necesito su ayuda. Y no tiene nada que ver con el asesinato, porque fue un asesinato, por mucho que fuera accidental...
—Insinuar que he hecho un trato con un presunto asesino es una acusación muy seria, mademoiselle. Pero con tal de no discutir, y suponiendo, solo hipotéticamente, que yo conociera a ese monsieur André, ¿por qué cree que iba a ayudarla a encontrarlo?
Llevaba una hora tratando de convencer a LePage, pero él seguía en sus trece. No estaba dispuesto a admitir absolutamente nada, solo hacía preguntas y más preguntas. Carol detestaba tener que hacerlo, pero no le quedaba más remedio que sacarse un as de la manga.
—La razón por la que debe ayudarme es porque el motivo por el que necesito verlo es importante. Si no lo encuentro, o lo encuentro ya demasiado tarde, antes o después él se enterará de que usted no ha querido ayudarme y, bueno...
El inspector LePage dio otra calada al Gitanne y entrecerró los ojos para evitar que se le metiera el humo.
Carol podía contemplar el engranaje de su mente, calculando las consecuencias y ramificaciones del hecho de enfadar a un loco.
No se trataba solo del hecho de que lo que le había dicho el médico pudiera ser de vital importancia para André; además Carol necesitaba su ayuda, estaba desesperada. Amenazar a un policía era simplemente un acto de supervivencia.
—Está bien, quizá lo mejor sea dejarlo así —dijo ella—. Estaré en el muelle mañana por la noche, en la orilla derecha, desde las nueve hasta las doce.
—Es una zona peligrosa, mademoiselle. Expone usted su vida.
—Gracias por el aviso —se despidió Carol, recogiendo el bolso y poniéndose en pie—. Él le estará agradecido... si es que le llega esa información.
El policía permaneció sentado, sin dejar de fumar, observándola a través del aire azul blanquecino enrarecido por el humo.
Lo tenía en el bote. Sus años de experiencia en el mundo de la justicia y del teatro le habían enseñado a juzgar a la gente con perspicacia. Y sabía cuándo debía retirarse.
Era una agradable noche del mes de mayo, cálida pero no bochornosa. El cielo era límpido, brillante, estaba abarrotado de estrellas y había luna llena.
Carol llevaba un vestido fresco de verano y zapato plano, y de su hombro, cruzando el pecho, colgaba un bolso de tela descolorido con lo más esencial.
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Niño De La Noche
VampirEL PODER DEL MUNDO DE LA SANGRE. Carol es una joven que después de su divorcio y el continuo pensamiento de que probablemente tiene SIDA, sale a viajar por el mundo, sin un futuro cierto. En la ciudad de Burdeos se encuentra cenando en un restauran...