Capítulo 1

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Carol cruzó las piernas y giró despacio la copa entre los dedos de su mano, perfectamente consciente de que era su tercer vino blanco desde la cena. No debía darle tanta importancia, se dijo a sí misma dando otro sorbo. Suspiró. Mejor prestar atención a algo menos tóxico que el vino del lugar. Volvió a la lectura del The Philadelphia Inquirer a la luz de las lámparas de aceite del café, incapaz de leer una palabra. No es que importara; había leído aquel periódico de la semana anterior justo después de embarcar en el avión hacia París y luego otra vez más, durante el vuelo a Burdeos. Pero era un recuerdo de casa. Los sentimientos, unos reconfortantes y otros dolorosos, luchaban en su interior; no podía prestar atención. Bebió otro poco más y trató de olvidar el disgusto que también se había traído del otro lado del océano. La terraza del pequeño café estaba en Les Allées de Tourny, una de las calles más importantes de la parte antigua de la ciudad de Burdeos, frente al teatro Le Grand Théâtre. Carol contempló detalladamente aquella fachada clásica. El teatro se mencionaba en la guía turística como modelo del viejo Teatro de la Ópera de París. El inmenso pórtico de columnas, coronado por doce estatuas de musas y gracias que representaban los doce meses del año, era impresionante. Incluso resultaba casi mágico, iluminado contra el impenetrable negro del cielo nocturno. Al menos quedaba algo de belleza y de magia en el mundo, pensó Carol. Aunque no precisamente en el suyo. Se preguntó si representarían alguna ópera o alguna obra de teatro, y decidió comprobarlo al día siguiente. Quizá La Traviata. Sí, aquella en la que una mujer era rechazada y moría de amor. Carol terminó el vino. -Pardon, mademoiselle. Vous permettez? Levantó la vista. Había un hombre elegantemente vestido de pie, ante su mesa.

-Je ne parle pas franҫais -contestó Carol con la única frase completa que sabía en francés.

-Le preguntaba si puedo compartir su mesa.

Manejaba el inglés de un modo impecable, y el tono de voz demostraba seguridad, pero su rostro era lo suficientemente arrogante como para resultar irritante. Era una molestia. La única razón por la que había viajado hasta un lugar tan alejado de las rutas turísticas habituales era para evitar cualquier encuentro casual.

-Lo siento, preferiría estar sola. -Lo comprendo -contestó él sin moverse lo más mínimo y sin dejar de observarla, no obstante.

Estaba incómoda, pero siguió leyendo. -El café está lleno, no quedan mesas. Carol alzó la vista una vez más. Todas las sillas estaban ocupadas, excepto la que quedaba en su mesa. Entonces dirigió la mirada hacia él. Seguro que a Rob le habría parecido guapo, pensó. A excepción de los mechones plateados de las sienes, su cabello hacía juego con la chaqueta de cuero a la última moda: negro total. Su tez era pálida. Por un instante, quizá por la oscuridad reinante tras él, Carol tuvo una visión peculiar, una extraña mezcla de imagen en dos dimensiones, superpuesta a la de la realidad. Como en las postales turísticas, en las que dos efigies unen sus rostros y sus manos para la foto. El rasgo más sobresaliente de aquel hombre eran los ojos grises. Parecían de humo, con aquel color inquietante e intenso, a pesar de la escasa luz. Sin duda, aquella combinación de rasgos le habría parecido interesante un año antes.

-Siéntese -accedió Carol al fin, encogiéndose de hombros.

-Merci, es usted muy amable.

Carol trató de reanudar la lectura, pero el hecho de que hubiera otra persona en su mesa le hacía sentir que su espacio vital había sido invadido. Tampoco tenía ganas de hablar, así que desvió la vista, dobló el periódico y lo dejó sobre el regazo, y observó la escena típicamente francesa que se desarrollaba ante sus ojos. Todo el mundo parecía conocerse de vista, como ocurre en los pueblos pequeños. Las motocicletas adelantaban a los coches haciendo eses. Muchos conductores eran jóvenes, llevaban chaqueta de cuero y ropa informal, y se gritaban unos a otros. Las aceras bullían de vida: gente con bolsas de papel del supermercado, de las que sobresalían baguettes o verdura; hombres y mujeres con maletín de ejecutivo, con bolsas de plástico con la comida; parejas bien agarraditas, vestidas para salir de noche. Resultaba interesante, aunque solo fuera porque, para ella, era una novedad. Pero a esas alturas había oído a otros turistas hablar de Burdeos, y sustituir el nombre Bordeaux por la palabra boredom. Ella misma había aterrizado allí bastante aburrida. Y sospechaba que no se quedaría mucho tiempo.

Niño De La NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora