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Capítulo 5: Una jirafa insoportable  

Green.

La mañana había comenzado tranquila, me desperté muy temprano y ayudé a Lorenzo en todo lo que pude. Me mostró el lugar en el cual guardan las cosas de limpieza, me enseñó la forma de limpiar los cuadros y jarrones. Santiago me explicó el funcionamiento de la casa: su abuelo es el mayordomo, se encargada de mantener todo en orden, Santiago es el chef pero también se encarga de otras cosas; ambos viven aquí y son como una gran familia ya que Lorenzo lleva toda su vida trabajando para la familia Berrycloth.

Según el castaño, su abuelo llegó aquí siendo muy joven; los padres de Juls le dieron empleo como jardinero y él se quedó aquí durante un año. Lorenzo es de Argentina, cuando fue despedido, volvió a su país natal y tuvo un hijo. ¿Cómo fue que volvió a trabajar aquí? Nadie lo sabe. 

Limpié mi habitación, acomodé mis cosas, hablé con mi nueva jefa y conocí al Señor Adrien. Es un hombre alto, de cabello color caramelo y ojos azules. Cuando ambos me dijeron lo que iba a ganar trabajando aquí, casi escupo café en sus caras. Una cantidad así, solo un doctor podría ganarla. Intenté hacer que le bajen un par de ceros, pero se negaron. Una vez que todo estuvo aclarado, firmé un contrato de trabajo por un año. El Señor Adrien dejó en claro que cuando quiera podría renovar el contrato y así poder seguir trabajando el tiempo que quisiera.

Contrato firmado, sueldo acordado y trabajo asegurado, todo iba de maravilla. 

Pero algo tenía que salir mal, algo siempre debe arruinar mi buen humor. Estaba limpiando los muebles cuando vi una silueta escabullirse por la cocina. Tomé el plumero con fuerza, acercándome al lugar. Cuando estuve detrás de él, lo golpeé con toda la fuerza que pude.

Una pequeña lucha de palabras dio paso a una lucha cuerpo a cuerpo. El muy desgraciado ganó, pero logré sacarlo de la casa y tirarlo en la piscina. Porque sí, tienen una gran y hermosa piscina en el patio. Entré a la casa, llamando a Santiago para contarle lo ocurrido. Estaba feliz por haber logrado vencer a un ladrón. 

¿El problema? Era nada más y nada menos que el hijo de los señores Berrycloth.

Con la cara en el suelo por la vergüenza, subí hasta su habitación para remediar mi estupidez. Stefan, el chico al cual eché de su propia casa, me cerró la puerta en la cara sin aceptar mis disculpas. El enojo se hizo presente al instante. ¿Y este quién se cree? Sí, es mi jefe, pero eso no le da el derecho de tratarme así. Vuelvo a golpear su puerta, esperando a que se digne a abrirla.

Su rostro demuestra aburrimiento, cosa que solo me hace enojar más.  

—Señor Stefan, creo que no me escuchó bien. Dije que...

—Sí, te escuché. 

Oh, no. Si hay algo que odio es que me interrumpan cuando estoy hablando. Muerdo mi lengua para no insultarlo, mientras intento mantener la poca paciencia que me queda. 

—No hay necesidad de ser maleducado, Señor —digo, soltando la última palabra con sarcasmo—. Solo vine a disculparme, hasta luego.

Salgo de ese pasillo lo más rápido que puedo, hasta llegar a la cocina y poder arrojar lo primero que encuentre. Un paquete de galletas es la pobre víctima de mi furia. Lo golpeo contra la mesada mientras doy pequeños gritos. ¿Cómo se atreve? ¿A caso se cree el rey del mundo? ¡Maldito egocéntrico!  

—Iba a comerme eso, pero creo que tu pequeño ataque ya acabó con las galletas.

La voz de Santiago hace eco a mis espaldas. Me volteo, sosteniendo el paquete en mis manos. Se lo extiendo con una sonrisa de burla, de verdad que lo destruí. 

—¿Puedo saber la razón de tu enojo? 

—Le ofrecí disculpas al Señor Stefan y me cerró la puerta en la cara.

—Al menos ahora sé que nunca debo hacerte enojar —dice, abriendo el paquete con lo que alguna vez fueron galletas—. Esto servirá para decorar algún postre, no pienso tirarlo.

—Lo siento, es solo que, ¿cómo alguien puede ser tan molesto? ¿Quién se cree para hablarme así y no aceptar mis disculpas? ¡Es un arrogante imbécil! Pero no dejaré que esto me afecte, te aseguro que el idiota de Stefan...

—Está detrás de ti. 

Santiago suelta una sonora carcajada mientras que yo me siento mareada. No quiero mirar detrás de mi, porque sé que él está ahí parado. Siento como se acerca, me rodea y se para junto al castaño. Me observa con enojo, pero la burla está presente en sus ojos. Como si los ángeles tuvieran piedad de mi pobre alma, la Señora Juls me llama desde las escaleras.

Corro hacia ella, intentando alejarme lo más rápido que puedo de la cocina. Juls me pide que la acompaño a hacer unas compras. Me quito el delantal que uso para no ensuciar mi ropa, acomodo un poco mi cabello y salimos de la casa.

Subiendo a su auto, puedo notar que una mirada está quemando mi nuca. Observo hacia la puerta de entrada y palidezco al notar que Stefan está observándome. Algo me dice que no me espera nada bueno al regresar. 

    
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Intenté hacer que Juls se quedara más tiempo en el centro comercial. Sé compró bastante ropa, lo cual fue mi culpa. En mi desespero por no volver a su casa, le dije que se vería hermosa con un vestido que vi en una vidriera. Luego, tomé la mayor cantidad de prendas posibles y esperé pacientemente a que se las pruebe todas. No puedo quejarme, es tan amable que me dejó escoger algo para mí en agradecimiento por acompañarla. Compramos helados, bijouterie, hasta utensilios de repostería para Santiago. Pero Juls notó que ya era tarde y no pude evitar tener que volver.

Entré a la casa un poco asustada, pero no vi a Stefan por ningún lugar. Ayudé a la Señora Berrycloth a subir las compras. Una vez que todo estuvo en orden, fui a mi habitación. Entré respirando aliviada, ya era muy tarde y debía dormir para poder despertar temprano. 

Cerré mi puerta con seguro, es mejor prevenir. Enciendo la luz mientras me quito los zapatos, estiro mi cuerpo y tomo mi toalla para darme un baño.

Un grito agudo sale de mis labios al notar que hay alguien sentado en la cama. Hubiera preferido que fuera Santiago, Lorenzo; incluso hubiera preferido encontrar una tarántula en mi almohada. 

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Vete! 

—Me golpeas con un plumero, intentas castrarme, hablas mal de mí y ahora quieres dejarme sordo. ¿Siempre eres así de insoportable o descansas?

 —¿Insoportable? ¡Tú eres insoportable! 

Se levanta de la cama, acercándose a mí. Mentiría si dijera que no me intimida. Me saca  bastantes centímetros de altura, su cabello rubio brilla bajo la luz del foco y sus ojos azules parecen más oscuros. Tiene un cuerpo fornido, sus brazos se ven bastante fuertes y cuando está serio, da miedo. 

—No tengo la paciencia suficiente como para soportar tus juegos de niña, Arcoiris. Así que vine a pedirte una tregua, llevas un día de trabajo y ya me hiciste enojar dos veces. 

Asiento, solo para que se largue de mi cuarto. Me regala una sonrisa que me deja ver sus dientes blancos y perfectos, que envidia. Se va dejando un gran silencio, vaya que es un imbécil.

A partir de ahora lo evitaré a toda costa, olvidaré su existencia. Stefan Berrycloth ni siquiera sabrá que vivo bajo su mismo techo.   


Desastre arcoirisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora