I: La poción ámbar

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Son las 7:30 de la mañana, en pleno otoño, y el castillo de Hogwarts amanece frío y oscuro.

Sin embargo los dormitorios están llenos de vida, con cientos de estudiantes adormilados que se empiezan a despertar para sacar de los baúles sus uniformes y plantar cara al nuevo día de clases. Llenan las habitaciones y salas comunes de voces, susurros y ruido, mientras se visten y preparan para bajar al Gran Comedor...

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Abriendo de golpe los ojos salto desde la litera de arriba hasta el suelo alertada por el ruido de la puerta, cuando la última de mis compañeras de dormitorio sale camino al desayuno.

"Estas prisas para despertarme me van a acabar costando una costilla", pienso mientras me froto los ojos y me incorporo a toda prisa.

Sin perder un segundo cojo del baúl al pie de mi cama el primer uniforme que veo y me lo pongo. Me ajusto la capa y la corbata granate, me peino deprisa, cojo mi varita, y salgo corriendo del dormitorio con los libros de Pociones VI y Herbología Medicinal bajo el brazo.

Según se abre el portón de la sala común, ya vacía, la señora gorda del cuadro se ríe y comenta:

-La mitad de los días apuras los minutos por la mañana Abril. A ver si dejas de perder el tiempo por las noches en la sala común y empiezas a madrugar, que ya sabes el dicho... "al que madruga, Merlín le ayuda..."

-Ya, ya... Ni que disfrutara de correr por el castillo a las 8 de la mañana- Digo entre dientes.

Mientras bajo corriendo las escaleras de piedra de la torre Gryffindor oigo los pasos de algún otro Ravenclaw que, como yo, se ha debido levantar tarde y sale ahora de su sala común.

Paso por delante de una ventana que da al Lago Negro y veo que está amaneciendo un día despejado y soleado que de pronto me pone de buen humor. Y unos minutos después llego al Gran Comedor.

Está abarrotado de estudiantes de todas las casas mezcladas charlando sobre las clases que tendrán hoy, riéndose, desayunando o dormitando.

Me tienta unirme a los últimos, pero el aire huele a pumpkin spice y me saca una sonrisa porque, aunque haga frío, me encanta el otoño y los postres con calabaza y jengibre.

Hoy el altísimo techo del comedor tiene el mismo tono anaranjado y brillante que el cielo, e ilumina tanto que no ha hecho falta encender las velitas flotantes.

Recorro la mesa Gryffindor esquivando a los estudiantes que se sirven comida y a los búhos y lechuzas que revolotean con paquetes y cartas. Y casi al final de la mesa encuentro a mis amigos charlando animadamente y desayunando huevos fritos y tostadas de tomate y queso.

-No puedo ser la única estudiante dispuesta a rebelarse contra el propio Dumbledore para no madrugar más...- Digo resoplando mientras me siento. -De verdad nadie más valora el sueño por las mañanas?

Mis amigos se ríen y me tiran un par de migas de pan a la cara.

-A tí lo que te pasa es que te encanta culpar a otros del desorden de vida que llevas.- Me dice riéndose Sky cuando ya no le queda pan que tirarme.

Sky es de mis mejores amigas, una chica orgullosa y divertidísima, de ojos color miel y pelo rubio casi blanco. El Sombrero Seleccionador no sabía si enviarla a Hufflepuff o a Gryffindor y, aunque al final la destinó al último, es evidente que fue una Hatstall. Porque basta con verla socializar siempre con todo el mundo como si no costara nada para reconocer su otra mitad.

Matt, a su lado, engullendo un trozo de bizcocho de limón, también es amigo mío desde el primer año en Hogwarts. Tiene el pelo rizado castaño, ojos del mismo color, y es de sonrisa fácil. Su personalidad es tan adorable que dan ganas de abrazarle cada vez que dice algo, aunque eso no pasa muy a menudo... Digamos que compensa el exceso de conversación que damos Sky y yo...

Enamorar a una RavenclawDonde viven las historias. Descúbrelo ahora