Black los miró un tanto extrañado. Era la primera vez que los humanos, se postraban a sus pies. Supuso que buscaban clemencia, pero pronto le borraron esa idea. Uno de aquellos hombres le manifestó que ellos aceptaban el juicio divino sin protestar, pues ir en contra de la voluntad de los dioses era una falta terrible. Eso si fue toda una sorpresa para Black que solo se había encontrado con la resistencia y el miedo. Una parte de él se regocijo con aquello, pero no lo suficiente como para no sentir repudio por esos hombres, sin embargo, no había urgencia en exterminarlos.– No esperen conseguir mi favor con su sumisión– les dijo– La humanidad a sido condenada a la aniquilación. Pero puedo postergar su extinción a cambio de sus favores.
El hombre que le habló al principio lo miro un instante y comprendió. Con una veña de Black se puso de pie y le pidió de forma dócil y educada que lo siguiera. El dios lo hizo, pero antes ordenó que llevaran a la niña también. Un hombre joven la cargo entre sus brazos y para desviar la atención de la niña de su herida, le preguntó varias cosas. Entre ellas su nombre.
–Me llamo Helena– respondió la pequeña y Black la miro de reojo.
Pronto llegaron a una aldea donde Black fue llevado a una cabaña para ser atendido y Helena fue llevada a otra donde seria curada. Ese lugar era bastante diferente a lo que Black había visto entre los humanos. Unas horas allí le bastó para darse cuenta de eso.
Las personas, ahi, vivían más conectadas con la naturaleza por lo que su vida era más sencilla y tranquila. Ellos no cuestionaron su naturaleza. Rápidamente aceptaron que era un dios y su castigo. Nadie allí le pidió no morir, tampoco le cuestionaron sus motivos. Él era un dios por tanto podía disponer de la humanidad como quisiera, pues asi funcionaban las cosas. Las atenciones de las que fue cubierto tampoco estaban salpicadas de la búsqueda de su favor. Todo lo que le daban era porque como dios lo merecía nada más. Sin duda eran unos humanos atípicos, pero ¿Cuánto dudaría eso? Sin motivo, Black lanzó un pequeño rayo de kí a una joven mujer que le había puesto, a sus pies, una bandeja de naranja endulzada. Los presentes se limitaron a levantar el cuerpo y a retirarse, pero una vez él se los indicó. Que humanos tan extraños. Black no sabia si eran dignos de admiración o desprecio. Ignoró el asunto y salió a ver a las personas que estaban afuera. No habían detenido sus vidas por su presencia. No lo miraban con miedo y cuando posaba su mirada en alguno de ellos, solo le bajaban la cabeza en reverencia y seguían su camino a menos que él los llamara. Era un poco desconcertante.
Al anochecer se encontró con Helena que lucia limpia y se apoyaba en unas muletas para caminar. Su pierna estaba lastimada. Cuando la niña vio a Black le sonrió y fue hacia él.
– Señor ¿Puedo quedarme aquí?– le pregunto.
–¿Por qué quieres hacer eso?– inquirio el dios.
–Porque hay más humanos.
Black la miró un momento y luego se hincó ante ella. Esa niña mató a una mujer, comió de su cuerpo corrompido y en ese momento, de forma inocente, quería quedarse en ese lugar porque había otros de su especie.
–Has lo que quieras– respondió al ponerse de pie.
Los aldeanos habían preparado una estancia para él y este no la rechazo. Se fue a descansar en una cama de pieles, al calor del fuego. Unas horas después lo despertaron unos gritos que lo hicieron salir a ver que estaba pasando.
Una manada de lobos atacaba la aldea llevándose a las personas capturadas al bosque. Black observó que parecían seleccionar a sus presas. Los niños de la edad de Helena eran ignorados, no asi los más pequeños a quienes, incluso robaban de sus cunas. Los ancianos, los adultos más maduros eran rápidamente atrapados entre las fauces de los lobos quienes a veces partían a sus víctimas en dos para facilitar su transporte dejando en el suelo restos de vísceras que los animales domésticos devoraban.
Los humanos se defendian ferozmente y aunque a momentos les ganaba la desesperación, jamás le pidieron al dios que los socorriera. Black se sentó en el borde del pozo y desde allí observo todo, incluso cuando uno de esos lobos habló, reprendiendo a otro por capturar a un niño de unos doce años. Aquello apenas si hizo a Black levantar una ceja para un segundo después exterminar al atrevido animal que trato de atacarlo, sin quitar los ojos del que parecía el lider de la manada.
Ese lobo negruzco de ojos celestes, tenia a un hombre acorralado y se disponía a liquidarlo cuando aquel individuo le suplicó por su vida.
– Yo soy una bestia carnívora, tú estas hecho de carne. Comer o no comer hace la diferencia entre vivir o morir. Yo quiero vivir– le dijo el lobo y le arrancó la cabeza de una mordida.
Esos lobos eran enormes. Uno de ellos, fácilmente, podía comerse a una persona él solo. Podrían haber terminado con la aldea esa jornada, pero no lo hicieron y se retiraron tan rápido como llegaron dejando una huella de devastación a su paso.
De los sobrevivientes nadie pareció guardar resentimiento a los lobos o sorprenderse porque hablaran. Simplemente se levantaron y comenzaron a rearmar todo a la luz del alba. Black miró a Helena que salia de una de las casas, luego miró al bosque y después la sangre sobre la tierra.
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La poesía de los últimos dias.
Fiksi PenggemarEn el hastío del año que se tomaron para ejecutar su plan, Black y Zamasu desarrollan un juego que al acabar plantea una implícita pregunta en uno de ellos. Un pequeño viaje otorgara la respuesta, pero ¿Cambiara algo?