NORMAL

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Un nuevo día comienza y no estoy listo para sonreír. Siempre miro el techo esperando alucinar con alguna figura, rostro o espectro. Cualquiera de las tres me asustaría pero, sería una experiencia más que escribir en mi pequeña libreta de pastas azules. Por cierto es viernes.

Mis cobijas en éste momento son calientes, es temporada de frío y un pequeño cambio en la tem enperatura de mi cuerpo podría afectarme.

Todos los días me despierto a las 6 a.m. para comenzar mis clases a las 7 a.m. Me abrigo bien, tomo mis cosas preparadas desde un día antes y marcho a Harvard. Es mentira no estudio ahí. En realidad estudio en la Universidad Politécnica.

En fin. Mis compañeros y amigos de clase me miran entrar como si fuera un actor famoso que es alto, guapo y fuerte o al menos eso es lo que pienso pues no creo que sus caras alargadas con el ceño fruncido y ojos tristes digan lo contrario, están locos por mi.

—¡Osmar! —escuché una voz femenina dulce y cálida que me atrapaba y me dejaba atónito dentro de mis pensamientos.

—Muy bien entonces tienes falta.

—Disculpe maestra, presente —reaccioné y contesté avergonzado.

—Deje de distraerse, Osmar. La distracción no es buena en éste salón de clases.

—Ni en ningún otro lugar —susurré.

Mientras las clases avanzan mi calma se va consumiendo. El casillero se llenaba de hojas que algún día pueden servirme.

Aquí estoy, frente a mi contado grupo de amigos. Bien atentos, ellos son mi soporte, son unos cerebritos a quienes no se les pasa nada.

Las clases acaban.

—¡Osmarsín! —es el apodo que me dicen mis amigas —. ¿Irás con nosotros? —preguntó Vane.

—Lo siento ésta vez no puedo, tengo que ir rápido a la biblioteca —titubié—. Y terminar lo de mi proyecto.

—Está bien, estaremos ahí un buen rato  —noté algo de duda en sus rostros. Tal vez el ocultarle algo a Vane (mi mejor amiga en la universidad) era cometer pecado, pero no quería preocuparla.

De nuevo en casa. Mi laptop no está, ni mis libretas, solo quedan los lápices y algunas migajas de la goma rosa que nunca había ocupado. Es raro, espero solo se trate de una broma u ojalá solo la hayan tomado prestada, no me enoja.

—Maggie, ¿Has visto mi laptop y mis libretas? —Maggie es mi abuela, vivo con ella desde que tenía 7 años.

—La llevé a reparar. Ayer me dijiste que algunas teclas se sentían duras y no podías trabajar a gusto —dijo mientras acomodaba la despensa en los cajones de la nueva vitrina.

—Muchas gracias Maggie —me acerqué—. Veamos, te ayudo con eso.

No fue un día muy interesante aunque tenía en mi teléfono un mensaje sin abrir.

Es cierto que los días cada vez se hacen más cortos. Aquellas 24 horas hoy se sienten como 24 pequeños fragmentos de tiempo que se escurren entre las bastas sombras de mi vida.

Mirándome al espejo una y otra vez me doy cuenta de que aún no sé amarme, aún tengo el desgaste mental de años atrás y que cada que vuelven los recuerdos, traumas e insípidos comentarios me roban pequeños pedazos del intento de vida normal que quiero llevar.

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