ELEFANTE I

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6 años.

- Hijo mío - mi madre me susurraba, yo estaba aún dormido -. Levántate tienes que ir a la primaria.
Babeado de una mejilla y desconcertado hice mi mejor esfuerzo para abrir bien los ojos.
Rápidamente me bañé, me lavé mis dientes de conejo que se notaban a larga distancia, tomé mi uniforme y mientras lo acomodaba mamá llegó a ayudarme.
Ella pretendía asemejarse a una diosa. Sus ojos cafés oscuros como el chocolate y su carisma eran algo inigualables.
No era alta, pero si que sabía como hacerse notar.

- ¿Ya estás listo? - Me preguntó acomodando el cuello de mi camisa.
- Creo que sí, sólo tomo mi mochila y mis... - Me interrumpió colocando su mano sobre mi boca.
- Hijo, sé que vas a estar bien aquí o en cualquier lugar. Hay algo que está sucediendo entre tu padre y yo que me obliga a irme.
Siempre tan perfecta con sus palabras. A pesar de que no entendía lo que pasaba me tranquilizó
- Cuando llégues, quiero que comas bien y hagas todos tus deberes ¿entendido?
-Sí - No salieron más palabras.

Me dirigió al transporte escolar que solo pasaba por mí en las mañanas y se despidió con un gran beso en la frente y un "No te preocupes siempre nos veremos".

Mi mochila pesaba, parecía que cargaba piedras que para un diminuto cuerpo parecía imposible llegar al salón de clases. Subir esas escaleras era todo un reto .

- ¡Ya llegó el chaparro! - Roberto siempre me recibía así. Niño alto que parecía no parar de crecer cada día, feo y demasiado burlón - ¡Pasa! aquí te aparte tu lugar.
Algo raro sabía que iba a pasar.
- Gracias Roberto - contesté, me quité la mochila y doblé mis rodillas para sentarme.
Él, quitó la silla y caí. No era la primera vez, pero mi defecto de siempre, es confiar y pensar que las personas algún día tendrán un cambio para bien.

Pensativo en las clases sabía que cuando llegaría a casa no encontraría a mi madre, tenía 6 años y era la primera vez que profundizaba mi pensamiento enfocado en las palabras tranquilas de su boca.

No podía reaccionar. La maestra explicaba tema tras tema y yo solo divagaba en mi pequeño mundo tratando de entender cuál era la situación por la que pasaban mis padres. Prefería quedarme callado y no preguntar. A mi alrededor unos cuantos estaban conmigo, todos eramos unos niños que no entendíamos nuestras razones de ser.
Sonaba la campana descompuesta del recreo. En ese momento mis 2 mejores amigos Gael y Mariel se acercaban a mi.

- ¡Que dura caída! - Mariel dijo en tono "¿Estás bien?"
- He tenido peores - En serio tuve peores -. Además es un tonto, como quisiera romperle la cara pero no lo alcanzo.
- Yo iba a defenderte - Gael lo dijo mientras me daba unas palmadas en la espalda -. Pero ya sabes, no se pelear.
- Algún día creceremos y sabremos como hacerlo. Fuera del tema, tengo mucha hambre vamos por sincronizadas antes de que se acaben- Por cierto me compre 4, si tenía hambre.
- ¡Vamos! - Contestaron los dos al mismo tiempo.

No todo quedó ahí, recuerdo que mientras comíamos, un pequeño suspiro salió de mi cuerpo espontánemente. Era de lo más extraño pero ellos no lo notaron pues nuestras mentes estaban en desarrollo aún, incubadas en el laboratorio de nuestra cabeza, enfocada en juegos y personajes ficticios.

A casa llegué, mi madre no fue por mi a la escuela si no mi padre. En el camino solamente me quedé sin palabras preparándome para evadir alguna pregunta que viniera de él.

La cerradura de la casa era nueva lo recuerdo, la anterior era dorada y brillante. La nueva era opaca y gris como si el sentimiento dentro del hogar se hubiera apagado y entre más me adentraba, más sola se sentía a pesar de que todo seguía igual.

Mis pasos eran lentos con la intención de llegar hasta mi cuarto sin antes observar los detalles a mi alrededor, todo estaba bien pero ya no estaba ella, solo quedó el olor de su perfume y unas cuantas playeras que alguna vez usó. Seguía sin entenderlo y aún tratando de darle vuelta a la problemática, menos respuestas encontraba.

Mi cuarto era pequeño, pero tenía lo necesario para un niño de 6 años. Quité el uniforme de mi persona y lo guardé.

Escuché la perilla de la puerta torcer y la puerta abrirse junto con la voz de mi padre diciendo:
- Osmar - suspiró y continuó - Toma esta maleta. Mete toda tu ropa y todos los juguetes que tienes, si te hace falta otra maleta me lo dices. - ¿Por qué no me ayudó?

Cerró mi puerta y escuché como se encerraba en su cuarto, en fin. Tomé mis cosas y las metí en la maleta que era bastante grande. Suponía que nos cambiaríamos de casa o nos iríamos de vacaciones los tres, mi madre, mi padre y yo. Alusinaciones positivas era lo que me planteaba en mi pequeña imaginación.

Al terminar de empacar llamé a mi padre que me ayudó a cerrar la maleta y a meterla en la cajuela del auto. Así fue como tomamos camino hacía un nuevo rumbo. Un rumbo tan nuevo que se iba convirtiendo en avenidas conocidas para mí, las cuales no estaban muy lejos de nuestra casa. Avenidas llenas de baches que al girar a la derecha en una calle, daba a un campo de fútbol grande, verde y con olor peculiar a pasto recién cortado. Exactamente conocía ese lugar con la palma de mi mano, habíamos llegado a casa de mis abuelos.

En esa casa se encontraba un cuarto exclusivo para mí. Tenía una cama y un mueble café en donde tenía que ir una televisión pero que en lugar de eso, tenía algunas fotos enmarcadas de toda mi familia. Cuadros de paisajes, adornaban las paredes, suponía que estabamos ahí en plan de una visita rápida.

Papá bajó mi maleta y algunas otras cosas que acomodó alrededor de aquel cuarto. ¿Qué era lo que pasaría? ¿Ambos nos quedaríamos ahí?

- Hablaré con tus abuelos, no salgas del cuarto - Me dijo con los labios secos y temblantes.

No pasaron más de 30 minutos cuando el tono alto de mi abuelo llamó mi atención. Parecía que estaba regañando a mi padre. Me acerqué a la puerta entreabierta sigilosamente y comencé a escuchar. Lo malo es que, mientras más pasaban los segundos y entre todas las palabras dichas y expresadas, me hubiera gustado no enterarme que papá también se iría.

Todo se quedó en silencio y terminé por escuchar algunos pasos dirigidos hacia la puerta principal. Salí corriendo con lágrimas que hacían mi vista borrosa. Lo abracé, supliqué que no se fuera. Él bajó su cuerpo y me abrazó muy fuerte. Pensé que se había retractado, pero sentí húmedo mi hombro, él estaba llorando. Unos minutos pasaron, me tomó del brazo y después de un gran suspiro me dijo:

- Todo va a estar bien, pronto volveré - Se limpió la cara mientras daba media vuelta callado. Sin nada más que esperar salió, subió al auto y en ese momento no sabía cuál sería su paradero.

Mi mente no podía analizar lo que estaba pasando. Mis abuelos me abrazaron. Ambos me dieron pequeñas palmaditas en la espalda que relajaban mis extraños sentimientos de tristeza. Así, cuando la tarde avanzaba mi pequeño cuerpo no resistió y me quedé profundamente dormido.

Tanto alboroto, había borrado de mi memoria que al día siguiente sería mi cumpleaños número 7.

Lo único bueno es que todo había sucedido un viernes, pues no tendría fuerza de voluntad para despertar tan cansado, recién desgastado de tanto llorar e ir a la escuela. Ese sábado antes de despertar escuché un pequeño canto que fue aumentando. Eran las voces de mis abuelos cantandome la canción de cumpleaños.

- ¡Feliz Cumpleaños Osmar! - Dijeron ambos dándome un abrazo tan sincero.
- Esperemos que hoy te la pases muy bien, aquí estaremos para tí. En la noche festejamos con un pastel, de igual manera podemos invitar a tus primos.
-Eso me gustaría mucho - Contesté con pena-. Y el pastel de chocolate no estaría mal.

Fue el primer cumpleaños sin mis padres, extraño e incierto veía a todas partes. A mi alrededor mis abuelos, primos, tíos y mis dos mejores amigos; cantando, jugando con los gorritos y las bolsitas de conffeti. ¿Cómo iba a ser mi vida desde ese momento en adelante?

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