Capítulo diez

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CARTER

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CARTER

Domingo 17 de octubre del 2004

Llega un momento en la vida en el que te cuestionas «¿Por qué estoy aquí? ¿Para qué estoy aquí?». Y supongo que a veces esa clase de preguntas no tienen una respuesta concreta o satisfactoria, así que se echan al olvido y uno continúa con el día a día porque es lo que se supone que tiene que hacer, ¿no es cierto?

La vida puede ser un poco dura a veces. Y, en otras, parece carecer de sentido por completo.

Me hice esas dos preguntas un par de meses atrás, cuando cumplí dieciocho años y estaba a unas cuantas semanas de graduarme del instituto. Mis amigos se hallaban emocionados ante la perspectiva de lo que seguiría para ellos... la mayoría tenía ya un lugar reservado en la universidad de sus sueños. Yo no contaba con esa suerte.

Para ser honesto, nunca fui el alumno más brillante, pero me gustaba aprender. En algún momento de ingenuidad pensé que este año también iría a la universidad y estudiaría alguna carrera, aunque no sabía cuál, pero una buena dosis de realidad me hizo comprender más pronto que tarde que eso no pasaría.

El vapor del horno me golpeó el rostro cuando lo abrí para sacar la pizza y colocarla en la caja. Estaba cansado, la espalda me dolía y ya ni siquiera podía sentir mis pies luego de este largo día.

—Está lista —anuncié al colocar la pizza en la estación de metal correspondiente para que Bethany, la chica que estaba al frente del mostrador, pudiera entregarla al cliente.

Es curiosa la cantidad de habilidades que una persona puede desarrollar cuando existe una necesidad. Me gustaba comer pizza, nunca pensé que terminaría preparándolas para otras personas, pero ahí estaba yo. Y, sin ánimos de alardear, lo hacía bien. Al menos eso era lo que aseguraba Lorenzo, mi jefe.

Me apoyé contra la pared y cerré los ojos un momento, aprovechando que no teníamos más pedidos por el momento. Los días que Lorenzo no venía a la pizzería eran los más agotadores para mí.

—¿Cansado?

Alcé la vista para encontrarme con la dulce sonrisa de Bethany, que estaba parada junto a la puerta que conectaba la cocina con el mostrador. Beth era una linda chica que atendía la caja, tomaba las ordenes y entregaba las pizzas a los clientes. Ella todavía estaba en el instituto, era un año más joven que yo y solo trabajaba en la pizzería porque, según decía, quería ser más independiente.

Le devolví la sonrisa.

—Muerto, más bien. Y contando los minutos para ir a casa.

Ella rio.

—Bueno, eso es una lástima.

—¿Por qué?

Beth metió la mano al bolsillo delantero de su uniforme, sacó un par de boletos del cine y me los enseñó.

BadBoy: los iniciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora