15. And all I hear is the last thing that you said

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Llevaba ya tres días en Pamplona.

El fin de año la tuvo algo entretenida y no le había dado tiempo a pensar prácticamente en lo que sucedió cuando su compañera de vida abandonó el habitáculo de su coche.

Sin embargo, a pesar de que se había negado fervientemente a permitir que aquel suceso se colara en el interior de su cabeza, la pena y la desazón no había dejado de corroer su sistema sanguíneo tal y como si de alguna clase de toxina se tratara. Se sentía rota, como si le hubieran partido el corazón de la misma manera que podrían haberle roto la boca.

No quiero seguir con lo que tenemos.

Cuando la rubia le había dedicado aquellas palabras, ella sintió que había arrancado de cuajo lo que parecía haber estado brotando sin que apenas se hubiera llegado a dar cuenta. No quería meterse en un berenjenal para el cual no estaba preparada, así que no fue capaz de hacerle frente y no perder al que probablemente podría llegar a ser el amor de su vida. Desde entonces, no hubo mañana en la que no amaneciera amordazada con la sábana, habiendo soñado con la imagen de su sonrisa sabor a caramelo.

Se negaba a echar un vistazo a su interior, pues solo abrumaba el negro, el humo oscuro se extrapolaba por su interior como una especie de condena y, aunque no quería ser honesta consigo misma, ya era inevitable manifestar su pena, con trozos de llanto como un tornado sobre el lienzo de una pintura soleada.

Ni siquiera ella sabía lo que sentía en el cuerpo.

Tampoco habían hablado mucho desde entonces. Alba le había avisado de que llegó bien al igual que lo hizo ella nada más detener el coche en la calle del hogar en el que se había criado. A parte de eso, pocos mensajes más habían intercambiado.

La echaba jodidamente de menos, pero al mismo tiempo sabía que no había remedio para su enfermedad.

Suspiró una vez más, tal y como llevaba haciendo los últimos días.

-¡Natalia!— la voz de su madre la trajo de vuelta al lugar en el que se encontraba, sentada en mitad de una mesa y rodeada de personas que veía tan solo unas cuantas veces al año— Cariño, ¿estás bien? Llevamos intentando que nos escuches un buen rato y tú en la luna— se carcajeó María.

Forzó una sonrisa cuando se encontró con todos aquellos ojos fijos en ella.

-Perdón, perdón— se disculpó cambiando de posición en la silla—. Es que estaba pensando en que puede que haya dejado abierta la llave del gas en la casa de Cádiz— mintió como una bellaca—, pero seguro que Alba la ha cerrado, es muy paranoica con todo ese rollo.

-¿Alba es la chica que me dijiste que compartía el piso contigo?— supuso su abuela, que estaba sentada junto a su madre— Ay, mi niña, a ver si me la presentas un día antes de que me muera.

A su abuela le encantaba conocer a cualquier persona que se introdujera en su entorno. Además, inconscientemente, en las llamadas que semanalmente la señora le hacía a la castaña había salido alguna que otra mención a la rubia.

Natalia no era capaz de dejar de nombrarla.

-Abuela, por dios, deja de decir eso— se quejó su nieta—. Alba está ahora en Elche con su familia, pero no sé si va a querer venir a Pamplona en algún momento para conocer a mi abuela— se llevó un cigarro a los labios y lo encendió con los ojos fijos en la llama del mechero que había prendido.

Había sido un poco borde, pero necesitaba descansar de la presencia de su compañera de hogar durante un largo tiempo, a pesar de que no iba a poder huir de ella durante mucho tiempo más, teniendo en cuenta que después de vacaciones volverían a su rutina en Cádiz.

INSTANT CRUSHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora