Ninguna disculpa va a servir

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Jimmy se encogió en su asiento, maldiciendo en silencio, estaba llorando, musitaba súplicas en caso de que hubiera alguien escuchando.

El corazón de Robert latía acelerado, pero él sentía al mundo ir más lento. Miró por el espejo lateral, el policía caminaba hacia ellos.

—Sujétate— le dijo Robert. Jimmy levantó la vista, sus ojos verdes bañados en lágrimas.

—¿Qué?— preguntó. Lo vio mover la palanca de cambios— ¿Qué haces?

—Te prometí que no volverías— dijo serio, luego aceleró. Ambos se pegaron a los asientos.

—¿Estás loco? Le estás dando un motivo para arrestarte— señaló asustado. La patrulla encendió la sirena; el oficial volvió corriendo al interior para perseguirlos.

—Conozco esta zona a la perfección— sonrió, mirando brevemente a los policías a algunos metros detrás. Jimmy estaba entrando en pánico, todo había terminado, ¿por qué había sido tan tonto como para tener esperanza? Cerró los ojos, aterrado, suplicando en su cabeza para que al menos su marido no estuviera en la patrulla que los atrapara.

Robert se metió entre los edificios de jardineras perfectas y zigzagueó a través de ellos, hasta llegar a un estacionamiento subterráneo; bajó la capota en un sólo movimiento, agachándose con Jimmy, pasaron por debajo de la barra que bloqueaba el acceso en menos de tres segundos y se ocultaron detrás de una van, donde Robert frenó de golpe.

Ambos con las respiraciones agitadas, Jimmy se quitó el cinturón, pero Robert tiró de su brazo para mantenerlo en su lugar. El pelinegro se sintió entrar en pánico nuevamente cuando las sirenas se escucharon cerca, pero pronto se alejaron.

El rubio volvió a encender el vehículo, lo movió al fondo del estacionamiento; salió, siendo imitado por Jimmy, quien estaba casi temblando. Robert estaba manejando muy bien sus nervios; colocó la capota tras sacar su maleta, obtuvo la funda para el vehículo de la cajuela y lo cubrió para evitar que fuera reconocido.

—Vamos— tomó la mano de Jimmy y lo condujo hasta el elevador del estacionamiento, donde había un código para abrir.

—No podremos entrar. Es una de las zonas más ricas de la ciudad— señaló Jimmy. Las sirenas volvieron a escucharse próximas. Su mano se aferró al brazo de Robert, mientras el rubio tecleaba—. No la vas a adivinar. ¡¿Qué haces?!¡Vámonos!— masculló aterrado, tirando de su brazo. Con un sonido seco, la puerta del elevador se abrió. La mirada de Jimmy expresaba su sorpresa.

—Un amigo vive aquí— le sonrió, entrando al elevador. Sólo cuando se cerraron las puertas y comenzaron a moverse hacia arriba, Jimmy respiró nuevamente; se pasó las manos por la cara y masculló una maldición—. Tranquilo— lo abrazó.

—Me va a matar cuando nos atrape— musitó, aferrándose al cuerpo del rubio.

—No lo hará.

—Tú no lo conoces— se apartó para verlo a la cara.

—No nos atrapará— aclaró Robert.

El elevador se detuvo y el rubio tomó sus llaves en una mano y a Jimmy en la otra. Caminó buscando el departamento indicado, probando con la llave más brillante que tenía en el manojo.

—¿Tienes llaves?— cuestionó el pelinegro.

—Mi amigo está fuera de la ciudad, a veces vengo a limpiar un poco el polvo— le sonrió. Jimmy entró detrás de él, pero seguía aterrado—. Todo está bien. No hay forma de que sepa que tienes acceso a este lugar. No hay nada que te relacione conmigo— lo convenció. Jimmy suspiró.

Jimbert - An angel with a broken wing - Un ángel con un ala rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora