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Transcurrió casi un año de mi llegada a Londres. Brian y Tammy se habían vuelto mis mejores amigos, de modo que se convirtieron en las personas más importantes en mi vida; claro, luego de nana y mi padre.
Hoy es 18 de julio, y eso quiere decir una cosa: mañana sería el cumpleaños de Brian. Por mi cabeza rondaban miles y millones de ideas respecto a que regalarle, pero si me ponía a analizar las posibilidades de que le gustara, la descartaba en cuestión segundos.
Pero entonces una maravillosa idea llegó a mi mente, Brian siempre expresaba acerca de que anhelaba tener una guitarra, ya que al oír los riffs de las canciones que transmitían por la radio quedaba fascinado.
Pero como su familia no estaba en una buena situación económica, no le alcanzaba para una.
Y entonces aquí entro yo.
Mi padre es uno de los mejores científicos del mundo, y además es muy reconocido, por ende gana grandes sumas de dinero.
Me levanté del sillón en dirección a la oficina de mi padre para comentarle la propuesta que tenía en mente, al fin y al cabo él sería quien tendría que darme un poco de dinero.
Golpeé dos veces y como no recibí respuesta alguna, no tuve más opción que adentrarme a la habitación; esto era de suma urgencia.
Él estaba allí, parado frente a una pizarra con complejas ecuaciones de números y letras, con su mano en la barbilla y el ceño fruncido.
Carraspeé para llamar su atención, aunque claro que él sabía de mi presencia allí. Levantó su mano, indicando que me quedara en silencio, y obedecí sus órdenes.
Llevaba dos días encerrado aquí, no salía para comer, y rara vez se lo veía deambulando por el pasillo con rumbo al baño.
Pero no para bañarse, no claro que no, tenía un olor tan pestilente que aun estando a una distancia considerable se percibía notablemente.
Hizo un sonido de asombro y tomó la tiza con prisa para apoyarla sobre la pizarra y trazar los números que culminarían por unos momentos su exhaustivo trabajo.
—Ahora si—se giró hacia mí—¿Qué sucede, Sally?
—Verás...—comencé a explicar—Mañana es el cumpleaños de Brian, y quería regalarle la guitarra con la que tanto sueña. Me preguntaba si podría usar tu dinero para comprarla.
Volvió a fruncir su ceño y se quedó pensativo unos momentos. —Claro—accedió y solté un suspiro de tranquilidad, pensé que me iba a llevar un largo tiempo convencerlo.
—Gracias—le dije, antes de ir a abrazarlo.
Mala idea, al contacto físico su hediondez era más desagradable que estando a unos metros. —Deberías darte una ducha—sugerí.
