5. Completamente roto

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Cambió de postura, poniéndose boca abajo y metiendo un brazo debajo de la almohada. Con la sábana a la altura de los ojos, no había nada que le molestara, ya fuera luz o cualquier cosa extraña que estuviera acechando en la oscuridad.

Suspiró, pensando en lo bien que estaba en aquel momento, relajado y sin distracciones. La calma y el silencio eran algo que atesoraba con recelo; le encantaba estar a solas, disfrutando de su única compañía y de los sueños que tenía. Parecía que su cabeza estaba en otra parte, en ese punto entre el sueño y la consciencia. Con el calor de las mantas acariciando su piel desnuda y el suave tacto de la almohada. No, no había nada que lo perturbara.

Sin embargo, un ruido alertó todos sus sentidos. Más que un ruido, un lamento, un sollozo. Se frotó los ojos y los abrió, perezoso, moviéndose con lentitud. Se incorporó, tratando de que la luz que entraba no le cegara.

Itadori le daba la espalda, mirando por la cristalera.

—¿¡Qué cojones estás haciendo aquí!? —Sorprendido e indignado al mismo tiempo, tomó aquella sábana que se deslizaba por su maltrecho torso desnudo para cubrirse, pudoroso. Puso una mueca al ver que se daba la vuelta para mirarle. —¡No entres sin mi jodido permiso!

Hizo el amago de lanzarle un cojín, pero se dio cuenta del deplorable aspecto que llevaba. Tenía el rostro empapado en lágrimas y de color rosado, podría afirmar que había pasado horas llorando; portaba profundas ojeras y su mirada sólo transmitía desolación.

Como si estuviera completamente roto.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había entrado, tal vez había visto el amanecer a su lado y no se había dado cuenta. No, no se había dado cuenta de su presencia porque no sentía nada proviniendo de él, no era capaz de percibir a Sukuna al otro lado de Yuuji y aquello le asustaba.

Tenía miedo de que en algún momento se le hicieran inconfundibles. No sabía si aquello podría suceder, si la Maldición sería capaz de inmiscuirse tanto en la mente de su portador que, entonces, se escondiera detrás de esa fachada y le hablara, aprendiendo a manipularle desde dentro. La posibilidad le aterraba. Si había algo que no deseaba, era volver a enfrentarse a Sukuna.

—Perdón. —Dijo el otro, en voz baja, apartando la vista de su intrigado amigo. —Sólo quería asegurarme de que estabas bien.

—¿Ha pasado algo? —Se arrepintió al instante de haberle hablado de aquella manera, a veces admitía lo borde que podía llegar a ser. Alzó las cejas, confuso y asustado al mismo tiempo. —Ven aquí.

Suave y comprensivo, así era o, al menos, cuando no le acababan de despertar. Dio un par de palmadas a su lado al ver que Itadori dudaba. El chico se acercó con poca seguridad, tocándose los brazos, cohibido y se sentó. El colchón se hundió un poco bajo su peso.

—Dime. —Lo atrajo hacia sí rodeandole el hombro con un brazo, invitándole a poner la cabeza en su cuello. —¿Por qué no iba a estar bien?

Yuuji se resistió al contacto, pero acabó cediendo, dejándose abrazar. Fushiguro era cálido y olía a sueños y a nubes. Se lamentó al ver cómo un par de lágrimas se derramaban en aquella suave y cómoda piel, blanquecina por la estación en la que estaban, y rehuyó de la visión de los hematomas y las heridas cubiertas con esparadrapos de su torso.

Negó, haciéndole cosquillas con su pelo, deslizando las manos a su espalda, delineando las ramas de árboles inexistentes. Cerró los ojos con fuerza, recibiendo amables caricias en la nuca.

—¿Has dormido bien? —Acabó por preguntar, alzando la mirada. El otro seguía igual de confundido. Se separó para limpiarse la cara con la manga de su pijama gris.

Cursed || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora