11. Imaginación

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Itadori se paró en seco, observando aquello que le había llamado tanto la atención. Al otro lado del parque por el que cruzaban, había una pareja sentada bajo la sombra de un árbol de aspecto antiguo.

Ambos comían bocadillos que le recordaron cuánta hambre tenía y, de vez en cuando, compartían risas y pequeños besos robados, traviesos, de esos que le gustaría también experimentar. Apartó la vista hacia el suelo, hacia sus propias manos con las que se abrazaba al andar, vacío y arrepentido por algo que no había podido evitar.

—Avanza. —Fushiguro le dio con una de sus botas en la parte baja de la espalda, serio, o intentando serlo. Sabía lo que el otro estaba pensando, en que quería compartir momentos como aquellos que mantenían la animada pareja. Y sentía la misma decepción de no poder hacerlo. —¿Tienes hambre? —Preguntó, sintiendo que, cada vez más, los tristes ojos de su amigo lograban romperle una y otra vez.

Odiaba que fuera capaz de resquebrajar la cáscara que había creado para protegerse y aislarse de todo lo malo que estaba sucediendo. Odiaba que, con tan sólo su voz contestándole una tenue afirmación, lograra descomponerle en minúsculos trozos de dolor.

También padecía de su desolación. De hecho y, a pesar de todas las heridas y los estallidos en sus costillas que estaba aguantando, aún así, creía que Itadori sufría más. Sufría en silencio, trataba de no exteriorizarlo —a diferencia de él, que mostraba su aflicción comportándose como un desagradable cretino, y no tenía problema alguno en admitirlo—, pero le salía de pena, así que ahí estaba, con lágrimas a punto de desbordarse constantemente y el agujero de su pecho chillando de soledad.

Ninguno estaba seguro de si habría un final feliz para ellos. O, al menos, uno que no implicara la muerte o, algo peor, el estar separados. Porque sí, aquello era lo peor que podría suceder, Megumi ansiaba poder tenerlo de la misma manera en que aquella pareja se tenían el uno al otro; quería cuidarlo y mimarlo, prepararle tazas de chocolate, té, lo que fuera, y dormir abrazado a su cálido cuerpo sin preocuparse del resto del mundo.

—No te separes de mí. —Demandó, aunque, más bien, su tono de voz estaba se lo estaba pidiendo. Suspiró, cruzando la calle para llegar a aquel bar medio vacío.

Pidió un par de bocadillos baratos, como los de la pareja del parque, notando cómo Yuuji se apegaba a él cuando el camarero iba y venía para atender a las pocas personas que había. Sintió perfectamente su presencia a su lado, veía por el rabillo del ojo cómo se apoyaba con cuidado en la barra y como se deslizaba ligeramente hacia él, llegando a pedirle, a suplicarle con la mirada, que lo dejara agarrarse a su manga, a su mano.

Pagó con el efectivo que su amigo no había dudado en tomar de la casa de su difunto abuelo y le tendió su comida, sin hacer caso de la silenciosa petición.

—Si me dices cómo está eso de tu cabeza, comeremos donde quieras. —Salieron del establecimiento y volvieron a cruzar la calle tras esperar unos segundos a que el semáforo cambiara a verde. —Si aún quiere atención comeremos caminando y no descansaremos.

Se levantaba un poco de gravilla del camino con cada uno de sus pasos, manchando los bajos de sus pantalones. Itadori se miró la prenda, apretando los labios, como si estuviera reflexionando.

—No está haciendo nada ahora mismo. —Soltó, con voz queda.

Empezaba a hartarse de que le hablara como si en cualquier momento le fuera a pegar. Suspiró, y lo agarró de la manga con suavidad, tiró de él con delicadeza, preguntándose si aquello era lo que buscaba, y lo llevó a un banco cercano a una fuente. Se sentó y comenzó a desenvolver el papel del bocadillo, después de quitarse la chaqueta y dejarla a un lado, pero se percató de cómo era observado.

Cursed || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora