13. Despertar

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Dos meses después

—Por favor, despierta.

Todos los días empezaban de aquella manera, con Fushiguro sosteniendo su fría mano entre las suyas, con los pitidos del monitor, que indicaban que aún seguía con vida. Pero no con la suficiente como para poder contestar.

Solía sentarse a su lado, durante horas enteras, y le leía en voz alta libros de historia y novelas cortas; acariciaba su relajado rostro con cariño, observando detenidamente sus párpados, intentando adivinar algún movimiento en ellos. Sabía que, de alguna manera, Itadori podía sentirle y oírle.

Mantuvo la esperanza durante días que se convirtieron en semanas, y semanas que se convirtieron en meses. Miraba por la ventana, absorto en sus pensamientos, en los recuerdos de la calidez de su cuerpo junto al suyo, cuando, después de la cena, se quedaban un buen rato hablando de lo que fuera. Extrañaba contestar a sus preguntas estúpidas y darle algún que otro golpe amistoso.

Y, sobre todas las cosas extrañaba su voz.

Sus palabras pidiéndole perdón cuando le hacía una broma demasiado pesada, cuando picaba a su puerta y lo despertaba sin querer; o, mismamente, su voz diciéndole que quería besarle donde fuera, aquella petición sin cumplir era como una gran cadena que ataba su cuello y lo asfixiaba.

Soñaba con él, sonriéndole sentado al borde de su cama, burlándose de aquella camisa blanca. Siempre decía que le hacía parecer un oficinista amargado. Soñaba con sus labios envueltos en pétalos de rosa marchitos, esperando a recuperar la primavera; soñaba...

—Hace un buen día, ¿cierto? —Dijo, levantándose de aquella triste silla. Notaba sus manos temblar sin control y las lágrimas agolpándose en sus ojos. Aquello también era rutina y necesitaba distraerse.

Apoyó las yemas de los dedos sobre la superficie de cristal y miró a través de ella. El bosque estaba ahí, al otro lado de la ventana, con todos sus animales salvajes y misterios sin resolver.

—Perdón, soy un cobarde. —Se disculpó, apretando los labios y fijándose en una nube oscura que amenazaba con tapar el Sol. —A veces no puedo mirarte a la cara sin recordarlo todo.

Cerró los ojos con fuerza, dejando que un par de lágrimas se escaparan y recorrieran sus mejillas, hasta caer al suelo. Se limpió con el dorso de la mano y sorbió por la nariz, negando, en silencio.

—Lo siento, perdón. —En el suelo, junto a sus zapatos de uniforme, yacían pequeñas gotas. —Creo que debería dejar de disculparme tanto.

Regresó a su lado a paso lento, casi sin energía para continuar con aquella situación.

Después de desmoronarse frente a Satoru, dos meses atrás, y gritarle e insultarle, había recibido su cuerpo en brazos. Lo había sostenido, sintiendo que la sangre se pegaba a su ropa y olía a muerte y dolor.

Había acabado con la voz destrozada, afónica y ronca de tanto chillar de rabia y llorar con fuerza. Había expulsado todo lo que había sentido en forma de odio descontrolado, apretando el destrozado cuerpo de Itadori contra el suyo, arrodillado en el patético suelo.

Lo había tomado de la cabeza y la había escondido en el hueco de su propio cuello, aferrándose a él, pidiéndole, suplicándole entre sollozos, que no le abandonara.

Había notado el tacto de Nobara posarse en sus hombros, diciéndole que lo dejara en manos de un hechicero médico, pero recordaba con claridad cómo se había apartado de ella de manera brusca, gritándole que se alejara; gritándole que no quería que nadie lo tocara, ni a él ni al chico de sus brazos.

Cursed || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora