Aquel día
—¡Podríamos haberlo salvado! —Sumido en su rabia, Yuuji le metió un empujón sin pensar con claridad. —¿Es que sólo piensas en ti mismo?
Fushiguro no se inmutó ante sus palabras, ya era costumbre. Se limitó a mirar con falsa tranquilidad el cadáver deshecho en pedazos de un civil que había tenido la mala suerte de haber estado en el peor lugar y momento posibles. Se pasó una mano por el hombro, quitando el polvo de su uniforme, mientras seguía escuchando las acusaciones de su indignado amigo.
Incluso se contagió de su ira. Aquella era la treta de las emociones humanas, las negativas parecían esparcirse con mayor facilidad que las demás, haciéndoles olvidar el sitio en el que se encontraban. Las paredes de la mansión abandonada creaban el eco suficiente para lucir más imponente de lo que realmente era, la sucia manta de terciopelo roja ocultaba un piano, en uno de los laterales del gran salón, que bien podría haber sido lo único bonito que se escuchó.
—¿Eres imbécil? —Le preguntó, arrugando la nariz. Ver la sangre que se deslizaba desde un corte profundo en el cuello de su compañero le provocaba el mismo asco que su indiferencia hacia su propia seguridad. —¡Casi mueres! ¡Eres un inconsciente de mierda! —No evitó aquella mueca que se formó en su cara, apretó los dientes con fuerza antes de amenazar con pegarle un puñetazo si seguía así. —Podrías agradecer que te haya salvado el jodido culo, mocoso.
El chico lo agarró del brazo, molesto, irritado, una mezcla de todo que se fundía y corroía su interior. Megumi siempre lo provocaba de aquella manera y acababan peleándose por su culpa.
Estaba harto de él, de su arrogancia y sus suspiros de sabelotodo. Estaba harto de tener que ser la princesa a la que había que rescatar y proteger, lo único que quería era salvar a la persona que se había visto afectada directamente por la maldición que habitaba la mansión, un indigente con las ropas manchadas y agujereadas por el tiempo.
Se olvidó de todo. De lo que le provocaba cuando lograban complementarse en la lucha, de las miradas de complicidad y de las comidas en grupo. Bullía en su interior la gasolina ardiendo, una combustión constante e incontrolable que contaminaba su magullado cuerpo.
—¡No te pedí que me salvaras! ¡Eres un egoísta de mierda! —Lo sacudió con fuerza, acercándose a él para agarrarle del cuello del uniforme. Sintió las fuertes manos de Fushiguro aferrándose a sus hombros, intentando separarse a toda costa sin esperar aquella reacción. —¿¡Tienes idea de cuánto te odio!?
Fushiguro frunció el ceño, completamente fuera de sí y le cruzó la cara de una sonora bofetada, provocando que le soltara por pura inercia. Escupió al suelo, insultando por lo bajo, rojo del enfado extremo que había pillado. Le dio la espalda, tratando de calmarse y buscar la salida. Dejó a Itadori detrás, tocándose el rostro, completamente atónito.
Todo ello había dolido más emocionalmente que físicamente.
Exhaló el aire con fuerza por la nariz, como un toro, repitiéndose que tenía que calmarse, que sólo había sido un desliz como otro cualquiera. Pero, con los segundos, se cuestionó si aquello último era cierto. Negó una y otra vez, para sus adentros, dándose cuenta del tono con el que lo había dicho, de su voz rebotando en las paredes. ¿Lo era? ¿Realmente lo odiaba?
De repente, una mano se apoyó sobre su hombro. Se quedó quieto, estático, porque lo sentía con perfecta claridad. Era como si estuviera envuelto en una gran esfera de frío polar, que se colaba entre su ropa y helaba su corazón. Ni siquiera lo había escuchado venir.
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Cursed || ItaFushi
Hayran KurguPor circunstancias desconocidas, Itadori es vetado de asistir a cualquier misión que implique el enfrentamiento directo con una maldición y, posteriormente, encerrado. Mientras las preocupaciones y la desconfianza llenan la academia, Fushiguro es o...