8. Confesión

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Sukuna estaba tan harto de las estupideces de su portador. No sabía como, de todos los inútiles del planeta, había llegado a parar junto a él.

Si tuviera que describir la conciencia del adolescente con una sola palabra, tampoco sabría hacerlo. Tal vez revuelta, desastrosa y confusa; pero, en el fondo, sí había algo que estaba perfectamente ordenado en el interior de aquel cabeza hueca.

No había llegado a percatarse por aquel entonces, pero, poco a poco, fue dándose cuenta de la manera en que pensaba sobre Fushiguro, la manera en que lo trataba y lo miraba. No había llegado a comprenderlo del todo hasta que le mostró los recuerdos del accidente en sueños, fue ahí donde realmente pudo ver la desesperación de quien está enamorado de otro.

Sin embargo, y aquello era algo que realmente le perturbaba, era que aquellos sentimientos los había considerado normales. No podía discernirlos de los suyos propios, como si él y el mocoso fueran uno mismo. Si no amara tanto su físico, se habría pegado con un bate en la cara al descubrir que estaba pensando exactamente igual.

Por ello, no pudo evitar ignorar lo que estaba ocurriendo, lo que apenas podía llegar a percibir en su propia piel, ya que el idiota lo tenía completamente apartado del mando. Se prometió que aquello no duraría demasiado, pues él también quería disfrutar.

Megumi abrió bastante los ojos, sorprendido por la repentina reacción de su amigo. Sabía que algo malo iba a ocurrir, o que ya estaba ocurriendo, pero no le importó en absoluto. Lo tomó del mentón y le limpió las lágrimas, reflexionando acerca de la naturaleza de lo que le había gritado.

Prácticamente se había confesado.

En circunstancias normales no hubiera aceptado del todo aquello que removía su estómago y alteraba su pecho, no hubiera tenido ningún problema en hablar del tema, pues le gustaba dejar las cosas claras y no tenía tabúes a la hora de expresarse. Sin embargo, admitía que Yuuji le había cambiado al llegar a su vida.

—Sólo podía pensar en ti. —Lo oyó susurrar, dejando que tocara su rostro con las manos temblorosas. —Esto está mal, ¿verdad? Pero no hay otra persona que me haga tan feliz.

Y dolía tanto, dolía porque no podía aguantar el peso de sus brazos apoyándose en sus hombros, buscando acercarse más, pero sabiendo que era un monstruo y que le había hecho daño. Dolía porque había estado dispuesto a no aceptar que, por muy diferente a él que fuera, lo complementaba con cada cosa de la que carecía. Como el Sol y la Luna, pero no tan radicalmente distintos como para crear adversidades.

Itadori le llenaba con sus sonrisas matutinas, con sus bromas que le alegraban el día, por mucho que fingiera echarle la bronca por su inconsciencia; llenaba los vacíos que quedaban en su pecho cuando había pasado un mal rato, con sus palabras graciosas y su inteligencia. Mientras que él le transmitía tranquilidad y sosiego, un lugar agradable y cómodo a su lado, donde poder hablar con calma.

Había intentado apartar de su cabeza todos los momentos en los que su corazón comenzaba a latir con más rapidez cuando estaba demasiado cerca, o como cuando entraba a su habitación sin picar y se sentaba a su lado en la cama; cuando le acariciaba el pelo mientras le decía lo borde que era y lo mucho que odiaba sus manías con la limpieza y el orden; mientras agradecía que siguieran vivos al final de cada jornada.

—Sí te oí. —Trató de sonreír, pero no supo si había resultado del todo bien. No le gustaba tenerlo entre sus brazos, pequeño y lloroso. Ambos, sentados sobre la cama de quién sabía, abrazados y hablando en voz baja, temiendo que otros se inmiscuyeran en la conversación. —Lo recuerdo a medias, porque no tardé en desmayarme, pero sé unir las palabras y crear oraciones.

Le gustaría tanto poder llegar a rozar, aunque solo fuera ligeramente, sus labios.

Itadori abrió un poco la boca, queriendo decir algo que no llegó a pronunciarse, probablemente muriendo de vergüenza. Acabó bajando la mirada a su pecho desnudo, a las marcas de cortes superficiales, a los cortes profundos tapados de color blanco y a los numerosos hematomas. No se lo merecía.

—Y, aunque tus bromas sean una mierda y tú un inconsciente suicida; aunque me hayas roto un par de costillas y no pueda dormir porque no paras de dar golpes a la puta pared. —Comenzó, buscando lo que quería expresar sobre la marcha, volviendo a alzarle por el mentón para que no observara sus heridas. Suspiró con profundidad, notando el ardiente calor recorrer su organismo, quemándolo vivo. —Aún con todo eso, yo también te quiero.

La expresión de ambos tembló con el silencio. Yuuji trató de controlar su respiración, sin apartarse ni un momento. Sólo tenía ojos para él y los suyos, para aquellos iris del color del mar y los abismos. Y caería una y otra vez, se zambulliría en ellos para morir ahogado porque, mientras estuviera bien, el resto no importaba.

Sabía que era una locura, los dos eran perfectamente conscientes de ello. El tercero, en su mente, observaba y se reía de su inocencia y torpeza con la maldad y el deseo confundidos. La situación no era la correcta, no sabía qué pasaría después de aquello, ni qué debía hacer, pero realmente deseaba aprovechar la oportunidad.

—¿Vas a besarme, o qué te pasa? —Su amigo frunció el ceño, ladeando la cabeza.

—Siempre serás un borde de mierda. —Sonrió, con una lágrima solitaria de felicidad, o quién sabía qué, cayendo.

Itadori deslizó una de sus manos hasta la nuca del otro, acariciando en el camino su pecho y su cuello, paseando por la línea de su mandíbula antes de llegar a su destino. Hundió los dedos en aquel pelo azabache, sintiendo que se apoyaba en su hombro y le acariciaba una de sus húmedas mejillas.

Unieron sus labios, inseguros de sí mismos, dudando de la experiencia ajena. El suave tacto le resultó cálido y confortable, y se relajó por completo durante aquellos efímeros segundos de intimidad y dicha. Abrió los ojos, hundiéndose en los que le observaban, entrecerrados por la cercanía. Sentía su aliento sobre su boca, queriendo volver a ella y un suspiro se le escapó sin querer.

Megumi sonrió, mirando a su cercana boca, preguntándose si sería correcto volver a hacerlo, cuestión que no duró mucho sin la respuesta que tanto ansiaba. Tal vez con torpeza, regresó a él con un pequeño ósculo. No había más deseo que el de la delicadeza, no quería otra cosa más que demostrarle sus sentimientos de la forma más tenue posible.

En aquel momento de poca separación había descubierto que le gustaba rozar sus labios con los del otro, sin llegar a besarle por completo, tan sólo disfrutando del placentero roce. Podía pasarse una vida entera, varias, haciéndolo, tocando sus labios y luego acariciándolos con los propios.

—Me haces cosquillas. —Yuuji se separó, sonriendo, cuando cumplió bastantes veces lo que pensaba.

Sus pestañas aletearon con gracia y se limitaron a darse un único beso más, con cosquillas de aquellas al final, donde paseaban por la boca del otro sin ánimo de llegar a más.

Sencillamente disfrutando.

Sí, Sukuna estaba hastiado por el infantil comportamiento de su odioso portador. Empezaba a tomarle un inmenso asco. Podría enumerar una infinita lista de razones por las que estaba cansado de toda la escena. Consideraba que le faltaba algo, diversión.

Mientras se preguntaba cuánto tardaría en acudir el hechicero de la venda, decidió que podía aportar algo novedoso. No iba a resignarse a estar aburrido, también quería acción, quería disfrutar del mismo modo que el inútil de Itadori.

—Romántico, ¿verdad? —Aprovechó el momento de poca concentración que el otro ejercía para empujarlo del control de su propio cuerpo. Aplastó su presencia, notando las marcas que ardían formarse en su rostro —Creo que ha llegado mi turno.

Sabía que Fushiguro no estaba en condiciones de defenderse. Y, oye, tampoco le venía mal matar dos pájaros de un tiro.

Cursed || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora