DIECINUEVE

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:= Amanda =:

¿Será normal tenerle un poco de miedo a la hermana de Adán? Adara se mueve con soltura por la casa hasta llegar al banco a mi lado y tomar asiento. Sus ojos me estudian y sé que no le hace ninguna gracia tener que verme aquí. En mi trabajo dejó muy claro que no le caigo para nada bien.

Arqueó una ceja y giró el rostro hacia Adán, pero no pudo decir nada ya que una voz nueva para mí se escuchó después de la descarga del inodoro.

—¿Por qué la casa huele tan rico? —inhala y suelta el aire de manera ruidosa.

—Porque tú saliste del baño seguramente no —zanjó Adara y quise chocar cinco con ella por la respuesta tan llena de sarcasmo que me sacó una sonrisa.

—Pero sí solo oriné —se defendió el chico.

—No tomas el agua suficiente.

—¿Ves por qué no me agrada tu hermana? Mejor dame de comer.

Me giré en el banco para ver a la persona que, sin saberlo, saca un lado no tan irritante de Adara; sarcástico e irónico tal vez, pero no irritante. El hombre como de la edad de Adán se queda a medio camino a la barra cuando me ve. Sus ojos marrones se abren al igual que su boca, en sorpresa total.

—¿Tú eres Amanda? —asentí con un poco de timidez al recordar que mi cabello está esponjado y mis ojos irritados por el llanto. Él miró a Adán—. ¿Por qué sigues llorándole a Zoey? Eres más pendejo de lo que pensé.

A mi lado escuché una exhalación de burla y noté como la expresión de Adán cambió. Yo torcí el gesto, porque estoy segura que ninguno conoce toda la historia detrás de su rompimiento. Ni siquiera él la conoce, y Zoey no se ha portado nada mal conmigo en las veces que nos cruzamos. Hasta parece civilizada, como si aceptara que Adán y yo... aunque no sea así.

Me obligué a sonreír y bajar del taburete.

—Todos le lloramos a un amor épico —defendí, porque no hace más de una hora, yo le estaba llorando al mío—. Un gusto, Amanda Báez —me presenté, aunque él ya conozca mi nombre.

—Jesús, mejor amigo de Adán —guiñó un ojo, tomando mi mano y dejando un beso en el dorso de esta. Escuché un resoplido y solo me dediqué a arquear una ceja—, persona que no ha llorado nunca a un amor épico.

—No has llorado a un amor épico porque ni los mosquitos te quieren.

Jesús soltó mi mano y me rodeó para andar hasta Adara. Yo miré a Adán con intriga mientras él tenía los ojos puestos en el piso. Sí, es horrible que te recalquen cómo pasas tu duelo después de una separación, sin saber qué todos sentimos diferente.

Unos pueden superar un rompimiento a la semana o mes, mientras otros pueden durar hasta un año en duelo, y eso es porque todo el mundo sentimos y procesamos las cosas de diferente manera.

Estiré mi mano hacia la suya, llamando su atención, y le sonreí cuando me miró, dándole un apretón a su mano. Él me levantó el ánimo de una rara manera, lo mínimo que puedo hacer es sostenerlo para que esa tristeza que se puso en su rostro, se vaya.

—Solo cociné para Amanda, si quieren cenar aquí, deben ordenar a domicilio.

—De todas formas no quería que me diera indigestión —soltó su amigo, logrando sacarle una sonrisa.

Qué curioso; Jesús logra ponerlo melancólico con sus palabras, pero también borra su error con otras más cómicas, ¿eso es una verdadera amistad?

Para mi mala suerte, después de encargar algo para cenar, Adán y Jesús fueron a instalar la cama en la cual dormiré, dejándome sola en la sala con Adara, que teclea en su celular a una velocidad que hasta a mí me dolieron los dedos.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora