CUARENTA Y UNO

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*cuidado, hay un capítulo antes*

:= Adán =:

Mis manos sudan de lo nervioso que estoy. Creo que borraré sus líneas de tanto tallarlas en la tela de mis pantalones y ya no me podrán leer la palma para decirme mi futuro. Pero, si esto sale bien, sé que mi futuro estará perfecto y no necesitaré que alguien lea lo que la vida me depara.

La campanilla colgada en entrada de la cafetería suena cuando abren la puerta y levanté la mirada para ver si era mi cita o no. Sonreí cuando una chica enfundada en una falda de tubo y blusa rosa se acercó a la mesa. Su cabello rojizo iba recogido en una coleta alta y sonreía en mi dirección.

Pero mi atención no estaba del todo en ella, sino en su acompañante. Me puse de pie por inercia. Limpié mis manos por última vez y me acerqué a mi amiga.

—Maggie  —saludé. Besé su mejilla rosácea y ella me lo devolvió con entusiasmo. Dio un paso a un lado.

—Adán. Él es Bruno —nos presentó.

Coloca su mano detrás de su acompañante y me puse de cuclillas para estar a su altura. Sus ojos marrones me observan con desconfianza y es normal en su situación. Solo es un niño que merecía una familia estable y amorosa, no lo que sea que recibió que lo mandó a los brazos de Maggie.

—Hola, amigo. ¿Quieres algo de comer? —sugerí. Estiré mi mano hacia las dos sillas disponibles frente a la que ocupaba hace rato—. Yo pago.

Bruno miró a Maggie, buscando permiso y ella asintió, mostrando una sonrisa para que bajara la guardia y se sintiera cómodo con mi presencia. Suficiente tengo con los nervios que amenazan con exteriorizarse más que el sudor en las manos.

Ordenamos y él no se cohibió al pedir papas fritas extras o una hamburguesa con doble carne; después de todo, puede que le agrade estar aquí. Me obligué a relajarme cuando Maggie sacó una carpeta con el nombre del chico en ella y varios papeles de, supongo, la investigación que llevaron a cabo para poner al infante en un lugar seguro.

Temía responder mal alguna de sus preguntas o decir algo que me haga entrar en la lista de advertencia; quizá sea mi amiga, pero su trabajo es proteger a ese niño y no enviarlo a cualquier familia que decida abrir sus brazos. Hay muchos locos sueltos por el mundo.

Hago un esfuerzo por sacarle conversación a Bruno y por suerte lo logré al usar una analogía del niño que vivió. Sabía que algún día me serviría ver todas las películas más de una vez. Sus ojos brillan cuando habla de cada una de las películas y de cómo su abuelo le compró el primer libro, que, para nuestro pesar, fue destruido en una riña familiar.

Bajó la mirada a su plato, cerrándose a seguir conversando. Obtuve más de veinte minutos de charla, no lo forzaré a seguir si prefiere callar y dejarse cegar por una neblina taciturna. Tengo que darle su espacio y tiempo.

Maggie estira su mano a la mía.

—Te seré honesta, Adán: esto no es un proceso fácil. Si decides proceder, tendremos que investigar tu entorno y estar en constantes visitas para estudiar el avance que tienen y su adaptación como familia. —Asentí; comprendía todo el proceso y su tiempo; esperaré lo necesario. Maggie sonrió—. Por suerte, te conozco y me llevo bien con el jefe.

—¿Eso quiere decir que nos vamos a saltar el papeleo? —indagué en broma. De reojo noté como Bruno levantaba un poco su cabeza para mirar a Maggie.

—Solo se acelerará. ¿Qué dices, Bruno? —se dirige a él, optando una pose profesional, pero amigable—. ¿Te gustaría pasar un tiempo con Adán? ¿Darle una oportunidad o seguimos buscando?

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora