Capítulo 5

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Los vientos otoñales en Hogwarts cortaban tan rápido como un cuchillo. Las piedras secas del castillo parecían supurar frío y tristeza; los pasillos eran conductos perfectos para las brisas rápidas y la pestilencia adolescente.

Harry gimió mientras se sonaba la nariz por enésima vez ese día. Tenía los ojos llorosos, los senos nasales bloqueados, y le dolían los huesos con cada paso que daba, lejos de su agradable, cálida y cómoda cama.

Duérmete, pensaba su mente traicionera mientras tropezaba y casi caía en las heladas profundidades de las mazmorras. Y lo haría, tan pronto como encontrara a Snape y cancelara su lección de esa noche. Su cuerpo torturado y su mente nublada no podrían soportar de ninguna manera cuatro horas de intensa actividad esa noche.

Sopa de pollo. Té dulce hirviendo, salivaba mientras su mente volvía a jugarle malas pasadas. Estornudó tres veces seguidas, se sonó la nariz con fuerza y ​​llamó a la puerta de las habitaciones privadas de Snape. Se estremeció y se envolvió aún más en su túnica.

—¿Señor? —llamó a Snape mientras golpeaba la puerta de nuevo.

Se abrió y el profesor gruñó.

—¿Qué?

Harry parpadeó, obviamente había interrumpido a Snape en medio de sus baño matutino. No llevaba la túnica puesta, y Harry notó con diversión que vestía pantalones ajustados y una camisa de manga larga, ambas prendas de color negro. Su barba matutina se veía azulada en contraste con su piel pálida.

Snape observó la nariz roja de Harry con disgusto.

—¿Sí?

—Yo..., no puedo... —La nariz de Harry se crispó y el joven estornudó de nuevo, con sus ojos llenándose de agua.

Snape retrocedió.

—No me va a infectar con sus gérmenes. No tengo tiempo para ponerme enfermo.

Harry asintió y entró en la habitación de Snape, chocando ligeramente con él mientras se dirigía a la chimenea.

¡Ah, maravilloso, qué calor tan glorioso!, pensó mientras se frotaba las manos y se acercaba al fuego lo máximo posible, evitando prender fuego a su túnica.

—Señor Potter —dijo Snape inquieto, de pie frente a su escritorio—, ahora no es un buen momento. Estoy haciendo algo importante. Debe irse.

—Está bien —respondió Harry, sorbiendo su nariz—. Solo quería decirle que estoy resfriado y no podré asistir a la lección de esta noche. ¿En que está trabajando ahora?

—En nada que sea de su incumbencia —replicó Snape—. Ahora, márchese... ¡no! —exclamó, mientras Harry se acercaba a él y miraba hacia su escritorio. Los ojos del profesor se abrieron de par en par, en estado de pánico.

El escritorio estaba repleto de cadáveres de ratas muertas.

Snape miró a su alumno fijamente, con un leve sonrojo apareciendo en sus mejillas. Harry alternó la mirada entre los animales muertos y el mayor, confuso

—¿Que estás...? ¿Las ha matado usted?

Los labios de Snape se tensaron y escupió:

—Por supuesto que las he matado yo, Potter, a menos que crea que son un regalo de parte de un admirador secreto.

Harry observó los cuerpos inmóviles que se encontraban en la mesa. Parecían totalmente intactos, solo su quietud y el leve bochorno de Snape insinuaban que había sucedido algo inusual. Harry se acercó al escritorio y lentamente recorrió con su mano uno de los cadáveres.

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