Capítulo 13

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Harry entró a trompicones en la sala común de Gryffindor, con las mejillas enrojecidas por el frío. Se quitó los guantes mientras se dirigía a la chimenea, manteniendo la cabeza gacha mientras hacía todo lo posible para evitar captar la atención de los demás en la habitación.


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Hermione lo miró con tristeza; no había tenido mucha oportunidad de hablar con su amigo desde que él y Ron habían discutido. Ninguno de los dos le había contado el porqué de la pelea, y ambos le habían insinuado, a su manera, que se ocupara de sus propios asuntos. Y Ginny tenía la boca cerrada como una ostra.

—Ron —llamó al pelirrojo mientras le daba un codazo para que levantara la vista de la partida de ajedrez que estaba jugando con Seamus.

—¿Qué? —respondió el chico, elevando la vista. Ron echó un vistazo a la figura alicaída de Harry y volvió a mirar el tablero.

>>¿Y? —añadió malhumorado.

—Deberíamos ir a hablar con él.

—No, deberías ir tú a hablar con él. Yo no tengo nada que decirle —replicó mientras movía su alfil. Seamus emitió un quejido.

—Genial —resopló Hermione. Acto seguido, se abrió paso a través de la habitación llena de gente. Era casi Navidad y el aire estaba cargado de emoción mientras los estudiantes se preparaban para irse a casa a pasar las vacaciones; un grupo de alumnos de primer año susurraban con entusiasmo en un rincón, intercambiando regalos y caramelos; Ginny y Dean pasaron de largo, cruzando el hueco del retrato mientras solo tenían ojos el uno para el otro.

>>Hola, Harry —saludó Hermione, sentándose en el suelo cerca de los pies de su amigo, asegurándose de no quedar demasiado cerca de las chispas que saltaban de la madera ardiendo.

—Hola —respondió el moreno en voz baja, mirando las llamas.

Hermione frunció el ceño. Estaba acostumbrada a que Harry se comportara de forma distante; ya lo había visto encerrarse en sí mismo varias veces a lo largo de su prolongada y tumultuosa amistad, volviéndose más callado y reflexivo, pero ya había estado actuando así durante semanas y no parecía salir de esa etapa. Y desafortunadamente, esta vez no podía confiar en que Ron lo ayudara.

—¿Listo para Navidad? —preguntó la chica con una amplia y falsa sonrisa—. Yo tengo ganas, aunque se me hace difícil pensar en dejarte aquí. Ojalá pudieras venir con nosotros.

Los ojos de Harry se dirigieron rápidamente hacia donde estaba sentado Ron.

—No he sido invitado. Aunque no puedo ir, de todas formas.

Hermione puso su mano sobre la de él y, notando lo fría que estaba, la frotó lentamente.

—Ojalá Dumbledore te lo permitiera. Y sabes que la Sra. Weasley te invitaría en un santiamén.

—No querría que nadie se sintiera incómodo —respondió Harry con una sonrisa irónica—. Ya tengo dos Weasley evitándome, no quiero enfadar a ninguno de los restantes.

Ella le apretó los dedos.

—Me gustaría que me dijeras lo que te pasa.

Harry finalmente la miró, y Hermione se sorprendió de lo pálido que estaba, de la poca vida que había en sus ojos. Se veía claramente las ojeras debajo de ellos, y los párpados rojos y secos. La castaña se fijó en su ropa, que, aunque holgada como siempre, estaba colocada de forma descuidada. Tenía una pinta terrible.

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