Me pitan los oídos

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Me pitan los oídos. Intento abrir los ojos pero me cuesta demasiado. Conozco este sabor. Este sabor metálico a sangre. Me recuerda a aquel día hace tiempo, cuando era pequeña.

Estaba jugando cerca de las rosas del jardín. Me gustaba jugar allí en verano, con el aroma de las flores y el calor del sol. No tengo ni idea de como llegó mi muñeca al otro lado del rosal. Pero estaba allí y yo queria recuperarla. Así que yo, niña de 6 años inexperta, alargué la mano hacía ella decidida, e ignoranorando el hecho de que aquello me llevaría a hacerme un doloroso corte con las espinas de dichas rosas. Volví a entrar en casa llorando en busca de mi madre mientras chupaba la herida con tal de aliviar el dolor.

-Dios mio Melanie, pero ¿Como te has hecho eso?

- Yo...-respondí entre sollozos- yo solo quería mi muñeca...

- Entiendo... - dijo eso mientras me lavava la herida con agua para posteriormente desinfectarla y ponerme un tirita de dinosaurios de colores, de esas que tanto me gustaban... - Listo. Ahora ya has aprendido algo mas sobre el mundo Melanie. No necesariamente porque algo sea hermoso, significa que no pueda hacerte daño. Pero no olvides que eso no quiere decir que lo contrario no pueda suceder también. No puedes decidir a simple vista si algo es bueno o malo.

- Mama, ¿Y entonces como sabré si algo es malo?

-Poco a poco aprenderás a diferenciarlo hija mía, no te preocupes.

Me dedicó una cálida sonrisa y me besó la frente. Así es mi madre. Cálida y cariñosa.

Mi madre... ¿Dónde esta mi madre...? tengo que encontrarla... tengo que abrir los ojos. Maldita sea, me pitan mucho los oídos... Vamos Melanie un esfuerzo más... ¡Abre los ojos!

Los he abierto, pero todo está muy borroso. Solo veo manchas rojas y me cuesta demasiado enfocar. Pero tengo que hacerlo. Tengo que ver a mi madre. ¿Y mi padre? ¿Dónde esta mi padre? Mierda. Mi padre también iba en el coche. Si... ya lo recuerdo. El coche, la fiesta... Lo recuerdo. Me esfuerzo en mantener los ojos abiertos pero me pesan demasiado. Acabo por cerrarlos y todo se vuelve oscuro de nuevo. Quiero gritar. Llamar a mis padres. Pero mi voz no sale. A duras penas consigo hacer un ruido. Como un gemido de dolor. Me duele la cabeza, como si alguien me presionara el craneo con fuerza y no me soltara. No sé cómo he llegado aquí. ¿Sigo en el coche? Maldita sea... Alomejor podría recordarlo todo si no fuese por ese maldito pitido.

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