Un nuevo año inicia en Hogwarts; viejas caras conocidas se reencuentran, recuerdos cobran vida, la ilusión sigilosa que sisea en la magia comienza a alzarse en el corazón de los jóvenes estudiantes.
La escuela vuelve a abrir sus puertas al público...
Entraba por las ventanas luz tenue acompañada de una suave brisa que apenas alcanzaba a zarandear las tiras de tejido que colgaban de las vigas como coloridas telarañas.
El viento silbaba de rincón a rincón en aquella vieja casa sin terminar. Sus altas y rugosas columnas se cerraban sobre sí mismas como un enorme costillar, y por toda la planta baja corría el aire antes de subir escaleras arriba. Allí, dos pequeños corazones latían en cuidadoso silencio.
Gustabo y Horacio se encogieron bajo la desgastada manta que los arropaba juntos, comenzando a sentir el frío calar sus pequeños huesos mientras se recostaban el uno sobre el otro en el suelo del viejo caserón a medio construir.
El menor del joven dúo frunció el ceño al sentir los primeros rayos de sol. Intentando huir de su alcance dando vueltas sobre sí mismo, se revolvió en el sitio; llevándose alguna represora patada de su hermano, que aún dormía, para que se quedara quieto. Finalmente, se dio por vencido, asumiendo que se había desvelado y que no lograría reconciliar el sueño.
Dejó que el viejo harapo cayera sobre su cintura y se incorporó. Se frotó los ojos, acostumbrándose a la nueva iluminación, y maldijo en silencio al recuerdo de él y Gustabo encogiéndose de hombros, despreocupados, cuando uno de los dos recordó que a la mañana siguiente, seguramente, el sol les molestaría.
Ya más despejado, miró alrededor, observando la desolada planta; únicamente amueblada con viejos cartones, cuerdas, ladrillos apilados, y tan solo decorada con la ingeniosa pintada de alguien a quien, y citaba, no le importaba compartir el aparente oficio de alguna amiga suya que gentilmente se ofrecía a "chuparla". No había ningún número de contacto, tan solo un nombre junto con el mensaje: "Vane la chupa".
"Qué poca visión empresarial," pensó, ensimismado, "¿cómo van a ganar un solo centavo si no añaden el número de contacto? ¿El plan es preguntarle a todas las "Vane" de la ciudad si se la chupa?"
Mientras contemplaba pensativo los errores en aquel sugerente anuncio, (que ya de por sí estaba ubicado, seguramente, en el peor lugar para anunciarse), Horacio oyó no muy lejos el canturreo de un ave, junto con un seco siseo que hizo eco en el silencio de la temprana mañana.
Por un momento había pensado en ignorarlo, hasta que volvió a canturrear.
Al girarse, atraído por el coqueto llamar del animal, el pequeño muchacho de cresta roja había esperado encontrarse alguna paloma que se hubiese pasado a desearle un buen día, o, quizá, que estuviese dispuesta a compartir su mendrugo de pan duro con él y Gustabo a cambio de una considerada dosis de caricias.Pero, para su sorpresa, cerca de una de las viejas columnas había una lechuza de ojos saltones y plumaje castaño. No muy lejos de ella, había un sobre con un grueso sello rojo.
Con una pícara sonrisa de medio lado, reconoció rápidamente la lechuza, Özil. Y automáticamente supo que contenía aquella carta sin siquiera necesitar leerla.
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