Cambios

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Una nueva mañana amaneció en Hogwarts. La débil luz del sol se asomaba entre las nubes grises y se amparaba, lejano, a las enormes cristaleras del castillo. Sonaba el viento por sus muros y el frío se aferraba a todo caminante. Era un día más en Hogwarts.

Sin embargo, Horacio se estaba perdiendo todo el magnífico espectáculo, puesto que su primera clase aquel día era Pociones con el profesor Severus Snape. Aunque, si tenía que ser completamente sincero, no estaba prestando demasiada atención a la lección.

Últimamente, debía admitir, estaba demasiado pensativo. Todos en su grupo lo habían notado, y no habían dudado en preguntarle si había algo que le preocupaba; él, claramente, había dicho que no, pero la realidad era que las preocupaciones eran un sólido montón de escombros que alguien había derrumbado sobre él y que le aplastaba el pecho, impidiéndole respirar. El problema era que no sabía cuál de todos los pequeños trozos era el que le punzaba con mayor fuerza.

Aún recordaba lo ocurrido en el partido de Quidditch de Ravenclaw y Gryffindor. Por mucho que el resto de los estudiantes pareciesen haberse esforzado por olvidarlo o hubiesen sido lo bastante despreocupados como para no verlo, por poco acontece un accidente que podría haber mandado a Yun, Volkov y Armando a la enfermería, en el mejor de los casos. Era como si hubiesen olvidado que las bolas estaban embrujadas, y que habían recibido orden de atacar a Ramen. De no ser porque Gustabo, Emilio y Katherine habían intervenido...

"Señor Pérez." Llamó Snape. Su voz rotunda y lenta logró hacerle encoger en un respingo antes siquiera de saber si iba a reñirle. Aunque muy probablemente iba a hacerlo. Horacio levantó la mirada de su cuaderno, en el que tan sólo había alcanzado a escribir la fecha cuando sus pensamientos le arrastraron al punto más lejano de su consciencia, y miró al profesor. "Pese a que comprendo que quizá esté usando un lenguaje demasiado complicado para que su minúsculo cerebro pueda seguirme el ritmo, ruego que no desista. Quizá con suerte pueda recordar el nombre de la lección y pagar unos cuantos galeones por unos apuntes aptos para su... Ingenio."

La clase guardó silencio salvo por un par de risas anónimas que el hombre rápidamente acalló con una simple mirada ávida al resto de alumnos. Horacio suspiró, desganado. A veces sentía que Gustabo no había conseguido librarse de todos los abusones.

"Disculpe, profesor." Se limitó a decir. En cualquier otra ocasión, probablemente habría inventado alguna excusa, pero no estaba de ánimo para discutir con él.

Aparentemente satisfecho, Snape suspiró y dio media vuelta, anotando algo en la pizarra que Horacio hizo amago de copiar mientras su atención volvía a desviarse.

En es misma línea, nadie en el grupo había vuelto a mencionar lo que había pasado en consecuencia a su intento de protección al trío. Aún recordaba todo, solo que como una versión a cámara lenta, distorsionada; el chispazo azul que surcó el campo, la expresión de sorpresa de Gustabo, Emilio, Katherine, y el resto. Las ovaciones de las gradas consumieron el ruido, y ahora tan sólo oía el crujir de la emoción de un público que se ponía en pie a celebrar la victoria de la casa Ravenclaw.

No sabían quien había lanzado aquel hechizo, ni qué debía creer que estaban haciendo, pero todos decidieron mantener un perfil bajo durante los próximos días para no levantar más sospechas. Dejar que los días pasaran antes de que pudieran asociarlo con algún acontecimiento reciente.

"Señor Pérez." Volvió a oír. Esta vez, cuando Horacio alzó el rostro, se encontró al profesor inclinado sobre él; sus nudillos blancos se apoyaban sobre su pupitre, y sus ojos oscuros le miraban tan fijamente que el chico tuvo la necesidad de tragar, sintiendo que su mordaz mirada se cerraba alrededor de su cuello. El silencio en el aula, esta vez, fue absoluto. "No pienso tolerar una sola falta de respeto de semejante calibre hacia mi persona y la asignatura. Queda usted–"

"El Poemario Maldito"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora