Reencuentro

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 "Creo que se me ha olvidado comprar algo..." Mascullaba Horacio, revolviéndose en su asiento mientras buscaba por su abrigo la lista que recibía cada año con los materiales que serían necesarios. Estaba seguro de que lo había dejado en alguna parte.

"Probablemente," coincidió Gustabo. Estaba recostado en el asiento frente a su hermano, tapándose los ojos con el brazo mientras intentaba concentrarse en el traqueteo del tren para dormir un poco antes de llegar a Hogwarts. Sabía que tan pronto como pusiesen un pie en la escuela, los prefectos les guiarían hacia el Gran Comedor para la ceremonia de bienvenida, y que tras esta vendría la larga cena. Si no descansaba al menos un par de minutos, probablemente se quedaría dormido durante el discurso de Dumbledore. "Cada año te obsesionas tanto con la lista, que cuando llega el momento de comprar, te olvidas en casa algo básico y evidente. Dinero, la varita, ropa interior limpia..."

Su hermano le dedicó una mirada de ceño fruncido, acompañada de un molesto y algo avergonzado puchero.

"Solo ocurrió una vez." Protestó, viendo de reojo cómo el mayor esbozaba una media sonrisa picaresca bajo su manga. "Y no es para tanto, no me olvido todos los años; eres un exagerado."

Gustabo quiso reír. Y no sabía si era por la inmensa mentira que acababa de decir Horacio, o por la ironía que aún masticaba con cierta amargura.

Era desternillante, en cierto retorcido modo, que ellos dos usaran la expresión "casa" en cualquier contexto. No sabría recitar de memoria la acepción que la definía en los diccionarios, pero estaba seguro de que "casa" no era mundialmente reconocido como los restos de alguna obra abandonada que pudiese refugiarles del frío, sin importar que careciese de paredes, techo o muebles.

Hogwarts era lo más parecido a una casa que habían tenido jamás. Por eso no podía culpar, ni reprimir el entusiasmo de su hermano cada vez que el aleteo de Özil captaba su atención. A fin de cuentas, en secreto compartía su entusiasmo por "volver a casa".

"Bueno, como digas," cedió, dándose cuenta de que su propio divagar lo estaba alejando de su plan. Queriendo dar a entender que se preparaba para continuar con su intento de descanso, se acomodó sobre los asientos de cuadros grises oscuros y suspiró. "En el peor de los casos, puedes pedir prestado lo que quiera que se te haya olvidado."

Ignorando su comentario, Horacio comenzó a repasar en voz alta la lista de materiales junto con las tiendas que habían visitado para obtenerlos. Empezaba a angustiarse con la idea de haberse dejado algo, y ahora miraba en cada rincón del pequeño habitáculo, en busca de cualquier cosa.

"Veamos, ¿varita?... Sí, aquí está. ¿Libros? ¿Cuáles tocaban este año? Veamos, estaban los de Pociones, ¿cómo se llamaban? ¿Cogí los del autor correcto? Dios, por favor dime que no cogí los de Beauxbatons otra vez..."

Viendo que el silencio no iba a ser algo que sencillamente llegase a su vagón, Gustabo suspiró con pereza, alcanzando su varita del bolsillo delantero izquierdo. Aún con el rostro cubierto por el brazo derecho, sostuvo con elegancia la varita y la movió mientras pronunciaba con claridad:

"Silencius."

Horacio perdió la voz al instante, el silencio finalmente haciendo presencia mientras el mayor de los hermanos volvía a guardar su varita, disfrutando de la paz.

Sabía que seguramente el muchacho estaba protestando, formulando con los labios algún creativo insulto, y que probablemente el no poder oírse lo estaba desquiciando; pero eso tan sólo hacía su descanso más placentero. Con una amplia sonrisa, Gustabo poco a poco fue relajándose.

Había comenzado a recuperar el sueño, olvidando por completo que Horacio probablemente seguiría insultándole, o mirándole con molestia desde su asiento, y cuando alguien abrió la puerta de su pequeño cubículo no mucho después, solo pudo encogerse en un respingo. Asomó la vista de debajo de su brazo, viendo a Katherine sonreírles desde la puerta.

"El Poemario Maldito"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora