𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒆

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Aquel rato más que Jaehyun le había pedido que permanecieran acostados juntos, se transformó en horas.

Muchísimas horas. Se habían quedado dormidos. La cantidad de noches de desvelo que padecieron ambos acabó dando sus efectos de extremo cansancio. Los dos necesitaban tanto descansar, y por fin pudieron hacerlo. Sólo bastaba con reunirse de nuevo en una misma cama para lograr sumergirse en un profundo sueño, uno en donde no reinaran las pesadillas, uno que los dejara descansar en paz.

Jaehyun fue el primero en despertar, sintiéndose como nuevo luego de atravesar tantas horas de sueño. Sonrió como idiota al tener el delicado cuerpo de su omega entre sus brazos. Acarició su cabello con su nariz, aspirando profundo para inundar sus fosas nasales con su precioso aroma que ansiaba conservar cerca de su olfato para siempre.

Le depositó un beso en la mejilla, y lo liberó de sus brazos. Salió de debajo de las mantas tratando de ejercer los movimientos más suaves de manera que el menor no se despertara. Permaneció un momento sentado en el extremo de la cama, tratando de despojarse de la somnolencia que se cargaba.

Transcurrieron pocos minutos cuando finalmente se decidió por levantarse del todo, comenzando a buscar su ropa en el suelo. Algo muy nuevo para él. Nunca se despertaba y levantaba la ropa del suelo, mucho menos para volver a vestirse con ella. ¡Y su arma también en el piso! No lo podía creer, e imaginaba que su celular estaría en igual condiciones. ¿Desde cuándo era así?

Negó con la cabeza, desaprobándose a sí mismo.
Detestaba vestirse con las mismas prendas del día anterior, pero como no tenía más opción, lo hizo, mientras contemplaba con encanto al omega dormido. Era tan jodidamente precioso. Amaba cada centímetro de su cálida piel, de sus enternecedores rizos, de sus tentadores labios escarlata. Era perfecto, pero no era suyo. Doyoung era como el dinero prestado, tarde o temprano debía devolverse o sino habría consecuencias. El omega no querría quedarse con él, y lo repudiaría si lo obligaba.  

Jaehyun sonrió al percatarse de que  Doyoung empezó tantear con su mano sobre el colchón, buscándolo. Al no sentirlo, entreabrió los ojos y lo miró confuso. 

—Oye, ¿quién te ha dado permiso de que te levantaras? —reprendió el aludido teniendo la voz ronca.

—¿Ahora debo seguir tus ordenes? —habló el alfa con sorna, elevando una ceja, acabando de abotonar su camisa.

—Sí, ven aquí, maldita sea —exigió  Doyoung con un puchero, acomodando mejor su cabeza sobre la almohada al tiempo que volvía a cerrar los ojos.

—No sabes el tremendo castigo que te habría dado por hablarme así, pero estas de suerte — Jaehyun sonrió de lado con el buen humor notándosele a kilómetros—. Tengo que ir a trabajar,  Doyoung. Será mejor que te levantes. 

—Espero seguir con esa suerte —dijo serenamente con sus ojos cerrados, enredando sus piernas entre las mantas, abrazando una almohada como si se tratara del alfa—. ¿Qué hora es?

—Pasada de las seis —informó  Jaehyun, acomodándose el saco.

—Oh, es demasiado temprano… Vamos, ven a dormir un ratito más… Luego nos levantamos, desayunamos y nos vamos.

—Ya hemos dormido demasiado, bebé. Desde ayer en la tarde. ¿Cómo es posible que aún sigas teniendo sueño?

El alfa se puso de cuclillas en torno a la cama, justo frente al rostro calmado y somnoliento de  Doyoung. Llevo una de sus manos a la maraña de rizos que se cargaba el susodicho, acariciándolos suavemente, casi haciéndole ronronear.   

—Es que… últimamente… yo no he… podido dormir —balbuceó en un estado de completa relajación por las caricias que le brindaba  Jaehyun en su cabellera.

sublime dominación ; jaedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora