Arrepentimientos antes de morir

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— Mi madre solía contarme cuentos, donde la mayoría de veces yo era la princesa, hada o sirena. Ella era tan buena, ¿la recuerdas? Recuerdo el olor de su sopa los lunes en la mañana, me daba galletas como combustible para aguantar el infierno de escuela los cinco días de la semana. Los miércoles eran los más divertidos; siempre visitabamos a la abuela, comíamos chocolates hasta que me quedaba dormida y despertaba en mi cama. Los viernes eran mis favoritos, comíamos pizza y veíamos películas; pasábamos las tardes jugando hasta la madrugada. Los sábados siempre me despertaba con un beso de buenos días aunque fueran tardes. Recuedo su olor a tabaco y cerezas. Recuero su humor mañanero, lo envidiaba porque ¿como estaba tan contenta siendo comienzo de semana? Pero todo eso lo sabes, ¿no?

Pregunto la chica a su padre.

— No. ¿Como ibas a saberlo, si nunca estabas? Te la pasabas en bares con mujeres, malgastando el dinero que a nosotras nos faltaba, después, llegabas a la casa en plena madrugada pidiendo comida, repartiendo golpes y insultos.

La chica se limpió sus ojos, que se llenaron de lágrimas causadas por los recuerdos de su infancia.

— Fui creciendo y te comencé a ver como un monstruo, y es que lo eras, pero mamá nunca te vio a si. Y no te dejaba, a pesar del daño que le hacías, porque decía que te amaba.

La chica se acercó a su padre y lo miró a sus ojos, negros como la noche; iguales a los de ella, esperaba una respuesta.

— ¿No dirás nada?... ¡oh, espera, ya entiendo! La tela te estorba al hablar, si bueno, es para nuestro bien, para que no grites y que los vecinos no se enteren que estamos aquí.

La chica se sentó en una silla y suspiro de cansancio, ya era tarde y su hora de dormir se acercaba.

— Te quitaré la tela solo si prometes no gritar o si no... te pasará lo mismo que a ella.

Dijo y señaló al cadáver de la mujer en la mesa de la cocina.

— Por favor... no me hagas esto.

Susurro el hombre con miedo.

— Eso decía mamá cuando la golpeabas sin parar. Tu le quitaste sus alas cuando ella comenzaba a volar. Yo no puedo quitarte tus alas para que no vuelves, porque las gallinas no lo hacen.

La chica se levantó de la silla y busco en su bolso el arma asesina que esperaba ansiosa.

— Mi madre, fue feliz cuando se dio cuenta que no te necesitaba, encontró otro hombre que si la respetaba, que la amaba y que nunca la golpeaba, pero tu vienes y le arrebatas la vida. Yo se que no fue un robo, tu la mataste a golpes cuando se negó a volver contigo.

— Yo no lo quise hacer...por favor no me hagas esto...yo soy tu padre...

— No. Nunca lo fuiste y nunca lo serás.

La chica le apunto a la cabeza, la muerte la ayudo a sostener el arma y a disparar, un disparo certero lleno de venganza y una promesa de que ella ahora dormida en paz.

— Cariño, es hora de irnos.

Dijo la voz de un hombre.

La chica no voltio a ver atrás. Esa noche enterró su pasado y se concentró en su futuro mientras seguía aplazando su cita con la muerte un poco más.

Antes que el sol caiga o se eleve Donde viven las historias. Descúbrelo ahora