Luna cobarde

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Los gallos empezaron a cantar, la luna se había escondido, rápidamente, con cobardía intentando no ver. Ella permanecía inmóvil con su rostro lleno de moretones, y lágrimas que iban mojando sus mejillas. Su cuerpo dolía, esta vez el si le había dado una buena paliza, le parecía imposible levantarse del duro suelo que parecía abrazarla intentando darle consuelo. Sus ojos luchaban por no cerrarse mientras que sus piernas temblaban. Sus manos, manchadas de sangre, parecían ajenas, desconocidas.

Ella se levantó, con dificultad, creía que moriría ese día. Lentamente se dirigió al  baño y lavó sus manos, se cambió de ropa y entró a su cuarto, lleno de recuerdos esparcidos en el suelo. Se limpió sus lágrimas y, sacando fuerzas de su alma, agarró una pequeña cobija, se dirigió al otro cuarto y en una cuna de madera vio a su pequeño, que dormía tranquilamente, le agradeció en silencio a la luna que le canto una nana hace un momento, lo envolvió con la cobija, lo abrazo como si fuera su ultimo día. Bajo lentamente las escaleras, que lloraban en silencio con cada paso que daba, se aferró a su pequeño de ojos marrones y levantó su rostro mientras deseaba no tropezar con el cadáver acuchillado de su esposo, que yacía tirado a unos metros de la salida.

Antes que el sol caiga o se eleve Donde viven las historias. Descúbrelo ahora