Ni rosas; ni perdón ni segundas oportunidades

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Carlos, como siempre, se encontraba en el bar, al que siempre iba después de una pelea, se perdió en las piernas kilométricas de una mujer, bebió su vaso de ron y le prometió que volvería. Salio del bar y se dirigió a un puesto de rosas. El hombre analizó cada ramo hasta que encontró el indicado. Lo compro y arregló su corbata mientras ensayaba mentalmente su disculpa.

Formó una sonrisa en su rostro y abrió la puerta.

— Cariño, ya estoy en casa —anuncio a su mujer.

Se dirigió a la cocina, donde con total seguridad encontraría a Miranda. La encontró, pero esta vez ella no estaba sola. La muerte y un revolver la acompañaba. Miranda apuntaba con dificultad, ya que su ojo izquierdo seguía inflamado. La muerte se alejó unos metros para poder observar la escena.

— Miranda, baja ese revólver...¡AHORA!

Miranda, por primera vez, no lo hizo cosa que enfureció a su esposo que tiró las rosas al suelo. La muerte ya le había dicho a Miranda que hacer y ella como buena alumna apretó el gatillo, la bala le pegó en el pecho. Miranda se acercó a su esposo que estaba tumbado en el suelo comenzando a desangrar se  y disparo dos veces más hasta que Carlos dejó de vivir. Miranda, ese día, prometió no aceptar más disculpas, aprendió que el amor no lastima. Y juro que ya no aceptaría más rosas.

Antes que el sol caiga o se eleve Donde viven las historias. Descúbrelo ahora