Capítulo 7

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Un miedo irracional, eso es lo que invadió a Regina.  Miedo a dejarse llevar, miedo a perder el control, miedo a amar y dejarse amar.  Miedo de ese sentimiento que poco a poco ese joven iba despertando en su ser.  Un sentimiento al que tarde o temprano se tendría que enfrentar.

Eventualmente Regina dejó que Santiago la alcanzara. Al aire libre, montando su caballo, respirando profundo, ella se encontraba en su elemento. Su mente despejándose, ese remolino de emociones se calmó y dejó, por un momento, de pensar tanto en esas cosas fuera de su control. Así siguieron por largo rato en un silencio cómodo, disfrutando del paisaje, Regina guiándolos hacia un arroyo a las orillas de la hacienda.

Regina: ¿Recuerdas este lugar?

Santiago sonrió al llegar ahí, reconociendo el arroyo con esa pequeña cascada de donde brincaba al agua cuando era niño. Bajo la sombra de un árbol estaba esa misma mesa de picnic de madera de hace años.

Santiago: Como olvidarlo. Recuerdo que nos traías a mi y a Lucia aquí a jugar cuando venía de visita.

Regina: Eran unos escandalosos (sonriendo levemente) Bueno, Lucia aún lo es.

Desmontaron los caballos, y después de asegurarlos se sentaron en la mesa a descansar un rato. La brisa volaba suavemente el pelo de Regina, y Santiago no podía dejar de admirarla.

Regina: Se me hace tan raro ahora estar casada con ese niño (dijo después de un rato)

Santiago se acercó más a ella, tomándola del mentón para que lo viera finalmente a los ojos. Desde esa mañana el notó que Regina le esquivaba la mirada.

Santiago: Regina, mírame. Ya no soy ese niño. Soy un hombre echo y derecho. Un hombre al que le fascinas. No te puedo sacar de mi mente desde ese día que llegaste a mi oficina.

Regina: Basta, Santiago.. (cubriéndole la boca con su mano, cerrando los ojos) No digas más, por favor.

Santiago tomó su mano, besándola. Regina suspiro y volvió su mirada al arroyo, una lágrima solitaria rodando por su mejilla.  El recordó esas palabras de Lucia: 'Tenle paciencia'  Pero el la amaba desesperadamente y moría por demostrárselo. 

Regina: Esto no puede suceder.

Santiago: ¿Por que Regina? ¿A que le temes?

Regina: Lo nuestro es solo un trato, Santiago (negó)

Santiago: Puede ser que así haya empezado, pero esto puede llegar a ser mucho más.  Lo nuestro puede ser real, si me dieras la oportunidad de demostrarte lo mucho que significas para mi.

Regina: Por favor no insistas más.  Mejor regresemos a la casa de una vez.

Días después...

Los días pasaban y Regina seguía igual de evasiva con Santiago, pero el no se daba por vencido.  Ahora ya tenía su despacho establecido en el pueblo y casi siempre era el primero en despertar, dejando una rosa al lado de Regina cada mañana.  Aunque Regina lo tratara de evitar durante la noche sus cuerpos se buscaban inconscientemente, y todas las mañanas despertaban en los brazos del otro.

Esa tarde después de un largo día de trabajo Regina fue directamente a su recámara a darse una larga ducha.  Al bajar después se encontró con el lugar muy callado.  Reviso el despacho, la sala, el comedor y nada.

Regina: Juany, ¿sabes donde están Lucia y Santiago?

Juany: Si, señora.  Hace rato llegó la señorita Nidia y los tres se fueron a la caballeriza.

Regina: Me lleva..

Una inexplicable ira se apoderó de ella.  Simplemente no quería a esa muchacha cercas de Santiago.  Era una coqueta descarada y no iba permitir que tratara de engatusar a su esposo.  Hecha una fiera salió de la casa a encontrarlos.

En la caballeriza...

Lucia, Nidia, y Santiago se encontraban con un par de potrillos que acababan de nacer.  La razón principal por la que vino Nidia, a asistir a Lucia con el chequeo de las yeguas y los recién nacidos.

Nidia: ¡Ayy, que lindos bebés!

Los tres miraban a los pequeños dando sus primeros pasos y tratando de brincar.

Lucia: Todo salió bien, que alivio (pasando un pañuelo por su frente)

Santiago: Eres una muy buena veterinaria, Lucy.

Lucia: Ay, gracias cuñado.  Es lo que más amo, ayudar a los animales. (Observando a los potrillos con una gran sonrisa)

Nidia: ¿Y que dices de mi, Santi? Yo soy una gran asistente también ¿no crees? (tomándolo de brazo sonriendo)

Regina aclaró su garganta, haciéndolos brincar.  Nidia soltó de inmediato a Santiago, poniéndose nerviosa ante la mirada amenazante que le estaba dando Regina.  Sin que se dieran cuenta ella había llegado momentos antes y los observaba silenciosamente por los últimos minutos.

Lucia: ¡Regi! Me asustas hermana.  Ven, mira, ya nacieron los potrillos.

Regina: Si.. que bien.  Me alegra que estén sanos. 

Regina se acercó, parándose entre Nidia y Santiago, tomando el brazo de el, marcando su territorio.

Lucia: Bueno, regresemos a la clínica Nidia, se me olvidaron unas medicinas para las yeguas.

Nidia: Si, vamos.  Con permiso.

Después de que ellas se marcharon, Regina soltó a Santiago, mirándolo con los ojos achicados, y las manos en su cintura.

Regina: No me gustan las confiancitas que tiene Nidia contigo.

Santiago: No se de que hablas, Regi.

Regina: ¿Ah,  no? Te parece bien que se esté colgando de tu brazo entonces. 

Santiago: Ah, eso no significa nada.  Nidia es una muchacha muy alegre.

Regina:  Aja.  No quiero que se te acerque.  ¿Me escuchas Santiago? Ni ella, ni nadie.  ¡Tu eres mío!

Santiago: ¿Que dijiste? (Preguntó incrédulo)

Regina giró dándole la espalda, no podía creer lo que acababa de decir.  Santiago emocionado la abrazo por detrás, estrechándola a su cuerpo, corriendo su cabello al lado besó su cuello.

Santiago: Si, Regina, soy tuyo, solo tuyo mi amor (susurró en su oído haciendo  su piel erizar)

Regina giró y tomándolo de la nuca sus labios se unieron en un intenso y apasionado beso.  El roce de sus lenguas añadiendo leña a ese fuego que crecía más y más dentro de ellos.  Un beso tan diferente al primero, uno lleno de necesidad y de deseo.

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