Un sábado demasiado lluvioso. Las gotas se quedaban impregnaban en la gran ventana de mi habitación. Mis lágrimas caían lentamente por toda la cara. Hacía mucho frio, pero el chocolate caliente lo remedia.
La puerta suena y lentamente me levanto de mi sofá de piel burdeos, tirando la manta al suelo y dejando la taza de chocolate sobre la mesilla.
-¿Quien es?
-Sami
Abro la puerta y abrazo a mi amiga, la chica pelirroja de flequillo de cortina sonrió mientras acariciaba cariñosamente mi hombro.
-¿Cómo estas?
-Creo que mejor, gracias.
-Te he traído algo que te va a servir de mucho.
-¿A si?
-Si, mira: helado de chocolate y pañuelos.
-Eres una yankee de categoría eh
Sami se rió, pero levemente dado mi estado de ánimo en ese momento.
-Jo tia, vuelvo atrás y no me puedo creer que todo esto haya pasado.
En ese instante cerré los ojos he me traslade a aquel instante en el que el cambio de mi vida se produjo.
No podía creer que la furgoneta blanca de mi madre me traslade lejos de mi vida en Madrid.
Llevábamos seis horas dentro del coche, la sangre ya no me corría por las piernas, cuando, de repente…
-Ya hemos entrado en el pueblo.
No podía creer lo que estaba viendo, leí rodas del manzanar, y lo siguiente que ví fue una gran plaza de toros.
-Mamá, ¿me permites una pequeña pregunta? ¡¿Qué narices hacemos dos anti taurinas y vegetarianas en un pueblo en el que en la misma entrada hay una plaza de toros?!
-Amor.
Desde luego el amor es ciego y no lo digo por nada, lo digo porque nada más llegar a aquella casa y abrir la puerta nos recibió un “hola familia” de un hombre que, desde luego, no era el mejor partido.
-Sandra, este es Miguel, Miguel esta es mi hija Sandra
-En…Encantada
No era esa precisamente la palabra que quería usar. Valla estampa, un cartel gigante y simple y una pareja cuanto menos curiosa. No lo podía creer, o no lo quería creer, mi madre, aquel pivón de pelo rubio y rizado hasta la cintura y de ojos azules como el mar estuviese con aquel hombre moreno y desaliñado y que por lo menos usaba una talla xxxl .
-Miguel te llevará a tu cuarto.
-Sí, sígueme, te va a encantar.
Me guiaron por un largo pasillo hasta una habitación que más bien parecía un cuchitril con paredes amarillas y una ventanucha de 25 por 25 centímetros por las que apenas entraba luz.
-No es por molestar pero, no entra ni mi maleta aquí, ¿no me podéis dar otro cuarto?
-Si te vale con el desván.
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El momento en el que me enamoré de un torero
RomanceSandra comenzó el verano con una mudanza a causa de la nueva pareja de su madre. Ella anti taurina y vegetariana nunca pensaría que lo primero que iba a hacer ese verano es ni más ni menos era enamorarse de un torero. ¿que mas sorpresas le esperan...