3. REMONTANDO EL VERANO

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-Estabas muy guapa ayer…

-No es cierto, y lo sabes.

Su voz riendo de nuevo se escuchó desde mi móvil.

-Hay un par cosas que no me deja vivir. Me dijo

- ¿Cuáles? La curiosidad me concomía, siempre he sido curiosa, no me gustaban las sorpresas, y que Luis tardara tanto en decirme lo que era me sentaba mucho peor.

-Luis, sabes que no me gusta esperar… Luis… ¡Luis! Nadie me contestaba, y si de repente le había pasado algo, ¿me estaría tomando el pelo?

-¿Luis?

-¡Qué! Me sorprendió saltándome por detrás, daría lo que fuera por tener una cuchara cerca para sacarle los ojos…

-¿Qué mierda haces aquí?

-Darte una sorpresa.

-Sabes que odio las sorpresas.

-Lo sé, y las cosas van a empezar a cambiar…

¿Qué quería decir con eso? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué de repente tenía la sensación de que algo no iba bien?

-Para empezar, te vas a vestir y nos vamos.

-¿Cómo que nos vamos? ¿Adonde?

-A partir de hoy vamos a vivir la vida, o al menos el verano, no habrá día que no te haga sonreír. A partir de hoy todos los días habrá algún plan.

Me encantaba ese plan, lo que no se es que tipo de locura íbamos a hacer pero confiaba en él, y más después de no haberme dejado tirada después del numerito que armé en su casa.

De pronto Luis silbó dirección a la escalera y lo que se oyó a continuación fueron los pequeños pasitos de mis achuchables hermanitos subiendo por la escalera y gritando “Sandra, Sandra, Luis nos lleva al zoo” hasta que al fin subieron y alcanzaron mis brazos.

-¿Es cierto? ¿Nos llevas al zoo?

-Afirmativo, asique vístete, ponte crema solar y una gorra porque nos vamos a pasar el día.

Definitivamente estaba loco, pero me pareció buena idea, asique rápidamente me puse mis shorts vaqueros y mi camiseta rosa de zara, me calcé aquellas deportivas negras que me regaló Sami en mi último cumple y mi única gorra y bajé pues ya me estaban esperando, no antes sin pasar a darle un beso a mi madre y despedirme de Miguel.

El pitido de un claxon de coche me avisó de que debía darme prisa. En aquel Toyota gris estaban ya mis hermanos impacientes en la parte de atrás y Luis a las manos el volante.

20 kilómetros nos separaban del zoo, en esos 20 minutos las canciones un cd grabado por Luis se reproducían sin apenas pausarse, pero hubo una que ninguno de los que estuvimos en el coche aquel día olvidaremos, esta fue “Roar” de Katty Perry. Al parecer mis hermanos se la sabían desde el principio hasta el final y Luis también por supuesto, porque de la devoción que le tenía a Katty me ponía hasta celosa, yo apenas chapurreaba algo, tengo un inglés de pena, y claro hasta mis hermanos, que van a una escuela bilingüe me superaban, lo que les causaba gracia, por supuesto.

Cuando llegamos fue casi imposible aparcar y estuvimos como 20 minutos esperando a aparcar en algún sitio hasta que decidimos colarnos en un parking de un centro comercial que estaba a unos 50 metros.

-No sabía que tuvieses el carnet de conducir.

-Es que no lo tengo.

Pensé que bromeaba y me reí, pero cuando vi que me miraba con cara de “no sé porque  narices te ríes” comprendí que quizás estaba loco de verdad.

-No, no, no, no, no, no, no, no, Luis, pues sácatelo, por mí, por mi seguridad y por la de mis hermanos.

-Haber que el teórico ya lo aprobé, solo que el practico hasta dentro de 3 días no me lo hacen, y quería traeros, tenía que ser hoy.

Decidí creer que lo hacía por una buena causa  y le seguí la corriente. Pasamos el día entre animales, pero no como cualquiera, Luis tenía familia en la dirección y vivimos de las mejores experiencias que alguien pueda imaginar. Apenas llegar nos hicieron una foto y pasamos a ver lo primero que podías visitar, los monos. Luis se alejó un momento de mí y  habló con un chico aparentemente joven. Al principio pensé que era una simple conversación, pero, al ver que se reían sospeché, y bien hacía pues Luis me cogió el brazo y dijo a mis hermanos que nos siguieran. Entramos por detrás de la jaula que todo el mundo miraba, entramos en una pequeña puerta blanca con un cartelito en el que ponía “simios”. Pudimos pasar a darles de comer a los monos y después a un montón de animales más, estuvimos nadando con delfines, en la recreación del polo norte con los pingüinos, incluso darle un biberón a un pequeño tigre, todo entre besos confidentes y amor adolescente acompañado de risas infantiles. Fue un día genial desde luego, pero lo mejor estaba por llegar. Llegamos a casa muy cansados y me fui directa a mi habitación. Pero ya no era la misma, estaba preciosa, era beis con estrellas en el techo, de esas que brillan en la oscuridad, una cama nueva con sábanas y una colcha de la torre Eiffel y en frente de mi ventana una mesilla que probablemente iba a usar como escritorio y un sofá de suave piel en color burdeos. En frente de mi 3 cuadros vacíos.

El momento en el que me enamoré de un toreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora