Kus Shadow

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25 de noviembre de 1930
—Día no sé cuántos.

No sé cuando inicie a escribirte cartas, en medio del embriagante vino y los olores nostálgicos del invierno, sé que estas cartas jamás llegaran a tus manos. Tal vez sea por lo desesperado que se encuentra mi corazón al saber que jamás será tocado con la misma fuerza de aquellos besos cargados de ansias. Déjame decirle, era mejor irnos sin despedidas, que no hubiera encuentros inesperados. La verdad es que la tacañería de mi alma no conoce de finales. Una vez que prueba ya nunca más deja ir. Mis noches ahora se volvieron tormentosas reviviendo aquella noche de septiembre en que por casualidad nos volvimos a ver.

Att. Kus Shadow

26 de noviembre de 1930
—Día no sé cuánto.

Ya no llevo la cuenta, creo que realmente nunca la conté digo, ¿quién cuenta los días después de una tragedia? Solo alguien con muy buena memoria y masoquismo de por medio. Es la primera vez en mis años de escritor que no escribo con una música de fondo. Con velas al olor de la frescura de un amor que ahora esta muerto y el sabor dulce e infinitamente amargo del vino rojo que solía beber en tiempos de inspiración. Tengo un camino brillante, una gran vida por recorrer. Aun sueño con el pasado, todas las noches se han vuelto recuerdos helado. Aun que pretendo vivir, mi alma parece olvidar como hacerlo. Hace tanto tiempo que me acostumbre a no tenerla en mi vida, que parece como si algo dentro de mi pareciera extrañarla como los primeros días en que nos volvimos a ver, como si no hubiera pasado un invierno de por medio. He probado un centenar de vinos de distintos sabores, pero ninguno me a parecido tan delirante como el sabor de tus labios. Lo peor es que ni tu misma sabes si todavía existo. Mientras yo y mi corazón que da vueltas parece querer aferrarse a alguien al cual no habla de mi ni aun que prendiera fuego el bosque.

Termino esta carta con una dulzura en los dedos y un saber amargo que derramaron mis lágrimas en mi corazón roto.

Att. Kus Shadow

27 de noviembre de 1930
—Día no sé cuánto.

El invierno se ha vuelto impredecible. Incluso yo, un hombre tan solitario me doy a mismo varias sorpresas. He vuelto a poner música de fondo. Una balada que conseguí guardado en la habitación que solías tu estar. El vino blanco volvió a posarse en mi mano. Las velas de olores dulces que siempre, sin querer hacerlo, me recuerdan a tu perfume de miel, esos que cuando usabas se quedaban impregnados en las paredes de la habitación. Mi corazón ya no duele como ayer por la desesperación de algún vistazo de tu piel.

Conocí a una mujer de nombre Reina Prieto, no se porque me recuerda a un pájaro de grandes plumas blancas y espíritu libre. No voy a mentir, su belleza era arrepienta contra cualquier otra que haya conocido antes. No hablaba mucho, su silencio era agobiante. Un silencio de esos en los cual despertaba los dolores machitos.

Me recordó tanto aquel cálido verano en el que usted y yo nos conocimos. Aquel verano que me condeno un amor de esos que te hacen vivir mil vidas en una sola. Me sentí un mal hombre, pues mira que comparar mujeres.

Era inevitable pues usted me hizo vivir cosas que ella jamás me enseñara. Nunca me habló con aquel anhelo de una niña enamorada. Si no que se acogía de un espacio en blanco y a un silencio de esos que ya no me agradaban. Creo que me acostumbre a que llenaran mi alrededor de ruido de carcajadas y miradas profundas. Que eso fue un viento frio a mi conciencia que parecía tranquila. No quise creer que no, aun así, le di la tarea a este hombre preso de tales sentimientos que volviera a brillar al lado de alguien que no fuera la mujer que se sentaba a mi lado a hablarme horas de sus aventuras y de sus chistes que, aunque nunca me obligaban a soltar una carcajada no cambiaría ni por cualquier libro de Jane Austin la sensación que producía en mí.

Un cuento cada nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora