De regreso a casa

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El viento arrastraba el aviso del final de una guerra, el alivio que se sentía en la brisa que danzaba en aquella casa en medio de un hermoso pueblo tranquilo que festejaban la llegada de los soldados. Mientras que en el corazón de aquella chica de esa casa se contraía de desesperación. Su abuela que para ese entonces se encontraba tan enferma, esperó junto a ella con el alma en la boca la llegada de sus dos amigos de la niñez. Pero aquel día solo fue visitado por el menor de los hermanos. Al principio un malestar le provocaba un sabor de boca pero fue calmado por aquel chico. Con aquella sonrisa decidió quedarse esa noche para explicarles por que estaba solo el y no acompañado. La joven chica recibió esa carta escrita por el mayor de los hermanos sin rechistar y corrió a leerlo a su habitación sintiendo que el pecho le pesaba hasta el punto de asfixiárla.

Sus palabras eran de disculpa. Pues sentía la obligación de decirle las cosas aunque no fuese físicamente. Pues algo en el había cambiado y la guerra fue una de sus razones. No le menciono las pesadillas que vivió en el ejército, cosa que omitió detalles, pero lo mas extraño es que se había tomado la molestia de escribirle diciendo que pronto la vería.

A la misma vez le extrañaba que le hubiese escarito solo a ella y a la misma vez la enojaba y le dolía.

Habían mantenido aquella promesa de que el volvería vivo y dispuesto a todo.

Cuando terminó la carta la arrojó a una esquina con el llanto atorado en la garganta. Su abuela entró al cuarto y se sentó en la cama en donde yacía su nieta llorando sin consuelo.

— Liana —susurro la vieja— Teo ya se ha ido de la casa...decidió quedarse en casa de sus padres en la ciudad...no llores mi niña, que decía la carta.

— Ese grandísimo idiota! —carraspeó las letras de su garganta, pues sentía que a cada segundo se ahogaba—. no quiere verme abuela, no quiere verme.

Se arrojó a los brazos de su abuela con sus lágrimas siendo despojadas de su alma.

— me prometió volver a verme  —sollozó temblorosamente en sus brazos

— el volverá. —dijo la abuela que acariciaba su cabello con cariño— siempre vuelve.

Pero no fue así. Solo dos años había pasado desde el fin de la guerra, la abuela cada día de esos dolorosos últimos meses decaía y final mente falleció dejando a la casa sola y silenciosa a la merced de su nieta Liana. En ese tiempo se había prometido que a su cabeza ya su nombre no volvería a mencionarse, cumpliendo la promesa de su abuela de seguir su vida.

Y así fue, comenzó con su trabajo de terminar su novela abandonando toda idea de que algún día esta seria una de sus peores obras. Se tomó semanas escribiéndola sin tener descanso alguno. Pues la musa le había llovido como estrellas en noches oscuras.

Hasta que sin darse la menor duda un día la puerta fue tocada. Pues era extraño recibir visitas. Ya que desde que su abuela había fallecido solo era visitada una vez cada semana pero dos veces, ya era bastante extraño y la había sacado de su asiento con la excusa de hacer algo más que no fuese escribir, se dispuso a abrir la puerta. Cuando la puerta finalmente fue abierta, lo vio. Tan guapo con su cabello más corto que en la última vez que lo había vuelto a ver, con su oscuro cabello danzante y aquellos ojos naranjas que le brillaban con una tristeza que no podía llegar a leer del todo, vestía con el saco que lo cubría del frío. Su sonrisa se le dibujó al verla. Tan hermosa como ella recordaba.

Aun que no querían creer ambos ya no solían parecerse a aquellos niños. El era diferente aun que aquella sonrisa la conservó como un tesoro en los recuerdos de Liana. La sonrisa de un niño travieso.

El la miraba añorando todo lo que habían vivido los dos amigos.

—Hola —fue lo único que a el se le ocurrió decir

Un cuento cada nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora