II

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El chico del pasillo

Ya era por la mañana y la tibia luz del sol entraba por la ventana.
Su hermana ocupaba la mayor parte de su cama, dejándola al borde de esta.

Se incorporó con cuidado de no despertarla y se quedó mirando a la pared, pensativa. Recordó la historia en la que llevaba días pensando. Una academia, personas con habilidades sobrehumanas... Su mundo soñado que resultaba a la vez imposible. «Que tonta, esas cosas sólo pasan en las películas» pensó de camino al baño.

-¿Y papá? -preguntó a su madre al llegar a la cocina.

-Durmiendo, anoche llegó tarde del trabajo - contestó sin levantar la vista de lo que hacía.

No dijo nada más, notó que la tensión del día anterior seguía presente y no quería volver a discutir. Desayunó rápidamente y volvió a su habitación.
Una vez allí, despertó a Aria y se preparó para ir al instituto.

-¿Has despertado a tu hermana? -dijo su madre cuando la escuchó bajar.

-Sí, en un rato baja - cogió su abrigo y se colgó la mochila al hombro -. Hasta luego.

-Oye, Mara- llamó elevando la voz para que esta lo escuchara. Pero Mara ya se había ido -. Que pases un buen día.

Suspiró.
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-No sé cómo fuiste capaz de gritarle a tu madre, Mara - susurró su amiga mientras miraba a la pizarra y escribía la teoría.

-Ya me lo has dicho cuatro veces - apoyó la cabeza en ambas manos, frustrada -. No quería hacerlo ya te lo he dicho, simplemente, me salió solo - dijo haciendo gestos exagerados con las manos.

-Si lo he entendido perfectamente - aclaró, esta vez mirando a Mara -. Es solo que no sé cómo no te has disculpado todavía.

-Demasiado complicado, Sara.

-Ya, claro - dijo cogiendo el lápiz y volviendo a escribir.

Mara no quería seguir hablando del tema, sabía que su amiga tenía razón y que tarde o temprano se tendría que disculpar. No quería estar así con su madre y mucho menos hacerla daño.
Después de un rato en silencio, Sara habló:

- Pero entonces, ¿me vas a contar lo que pasó en el parque?

-Vosotras dos. Silencio - cortó su profesor de matemáticas, y a continuación, pidió a Mara que saliera a la pizarra a corregir el problema de trigonometría.

Luego le contaría lo sucedido.

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Sonó el timbre y ambas recogieron rápido sus cuadernos, metiendo todo de mala manera en la mochila; y salieron a los pasillos, mezclándose con la multitud de alumnos.
No pararon de caminar hasta que llegaron bajo un árbol en la amplia zona donde salían al recreo.
Cuando se sentaron, Mara empezó a relatar con detalles lo ocurrido: que estaba sentada en un banco preparándose para dibujar, que escuchó un ruido detrás suya...
Y después, explicó más detenidamente el misterioso encuentro con el anciano, lo que su amiga escuchó con atención al mismo tiempo que se comía su bocadillo.

-Y luego volví a casa. Desde ahí ya sabes lo que pasó - terminó, respirando hondo. Se acababa de quitar un peso de encima al poder contárselo por fin a alguien.

Sara se quedó mirándola, pensando en una respuesta lógica.

- ¿Seguro que viste bien sus pies?

- ¡Claro que sí! ¿No pensarás que estoy loca, no? - suspiró molesta y se tapó la cara con ambas manos avergonzada. «A lo mejor ha sido mala idea decírselo» se lamentó.

- No, por supuesto que no - posó las manos sobre las de su amiga, apartándolas de su rostro -. Es sólo que quería estar segura antes de sacar conclusiones.

Si alguien podía buscarle la lógica a aquello, era Sara. Con las mejores notas de su clase y ganadora de premios sobre conceptos que Mara no llegaba a comprender.

- Podría tratarse de un hombre bastante raro - y tras una pausa, agregó con sorna-: y peludo. O podría tener un problema en los pies.

- Claro y le gusta pasearse descalzo por el parque - rodó los ojos, sin poder evitar una sonrisa.

- Vale, tienes razón, no tiene sentido. Pero tiene que tener alguna base científica - dijo acomodándose las gafas devolviéndole la sonrisa.

Percibió el brillo característico en sus ojos, el que tenía cuando estaba decidida a buscarle una explicación a algo, lo que tranquilizó a Mara.
Al terminar el recreo, tomaron distintas direcciones para dirigirse a la siguiente clase. Pero al girar la esquina hacia el siguiente pasillo, la chica se detuvo.
De repente estaba inexplicablemente vacío y silencioso. Su alrededor perdió todo rastro de color, como si se tratase de una película antigua. La luz del corredor se fue escapando dejándolo en penumbras.

«¿Qué está pasando?» pensó extrañada. Empezó a avanzar por el pasillo lentamente, mirando en todas direcciones. Había ceniza en el suelo, y frente a ella, apareció la figura de lo que parecía un niño, dándole la espalda.

- Hola, ¿te encuentras bien? - preguntó preocupada en cuanto estuvo a su lado. Estaba de rodillas con la cabeza gacha, llorando.
El chico se giró para mirarla, con los ojos llenos de lágrimas. Parecía asustado.

- Se ha ido - se lamentó entre sollozos -. No va a volver.

- ¿De quién hablas? - dijo agachándose a su lado. Apoyó una mano en su hombro. Temblaba.

- Es culpa mía, debí estar allí - rompió a llorar con más fuerza y agachó de nuevo la cabeza -. No debí irme.

-Tranquilízate por favor, dime de qué estás hablando.

No obtuvo respuesta de inmediato, el chico seguía temblando, sujetándose con una mano la muñeca de la otra. Continuaron así un largo rato, rodeados por el asfixiante silencio a su alrededor y los sollozos. Entonces el niño dijo:

- Ya lo sabes. Hablo de...

Pero la respuesta no llegó.

- Mara, ¿estás bien? -escuchó que decía una voz familiar a su lado, parecía preocupada.

Abrió los ojos, para toparse con la realidad. Se encontraba en la clase de literatura, en su sitio de siempre, y frente a ella se encontraba su profesora Victoria.

- S-si, lo siento mucho, me duele un poco la cabeza - respondió cuando pudo reaccionar, soltando lo primero que le vino a la mente. Sin siquiera entender cómo y cuándo había llegado hasta allí.

-¿Quieres ir al baño?

-No, puedes seguir con la clase, siento la interrupción.

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Tras un largo día de clases, se encontraba de camino a casa junto a Sara. Ella hablaba animadamente sobre lo que había hecho en clase la segunda mitad del día, mientras que Mara seguía perdida en sus pensamientos.
A la hora de separarse, vagamente se percató de que seguía caminando.

Cuando llegó a su casa, entró directamente en su habitación sin decir nada en el proceso. Dejó la mochila a un lado y se sentó en la cama.
Lo sucedido en el pasillo seguía dando vueltas en su cabeza. Había decidido que no le diría nada a nadie hasta dejar claro si guardaba relación con el anciano. Pero se preguntaba una y otra vez qué relación podría tener aquel frágil niño con el anciano del parque. Además, recordó que quiso decirle algo antes de que la despertaran, pero, ¿qué podría ser?

En ese momento, miles de preguntas a las que deseaba encontrar respuesta ocupaban sus pensamientos. ¿Fue todo un sueño? ¿En qué momento entró en el aula?
Y la más importante, ¿quién era aquel chico del pasillo?

Más allá de un sueño ;; TUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora