PRIMER MORDISCO

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Cuando Min Yoongi entró en el templo de los Cuatro Sagrados, sabía que algo estaba mal. Casi podía sentir ese regusto amargo en su paladar que le anunciaba problemas.

Entró de todas formas.

Poco podría hacer si era convocado, la verdad. Ni siquiera siendo un Min, lo que le convertía en parte de la realeza vampírica, le excusaba de cumplir sus respetos con los cuatro maestros quienes, a diferencia de él, gozaban de mucho tiempo libre.

Acomodó su capa hacia un costado y entró en la envejecida torre que tan poco había cambiado desde su primera juventud. El olor a moho y a putrefacción lo acompañó solo durante el primer pasillo pues, tras pasar aquella puerta se abrieron ante sus ojos los acostumbrados lujos de la Corte. Las cortinas de seda se arrastraban ante las cerradas ventanas, y las velas se amontonaban donde quiera para irrumpir la oscuridad de la enorme habitación.

Tragó saliva para lubricar su garganta en cuanto sus ojos captaron las figuras opacas que se movían en el estremo de la sala.

—Les dije que vendría —clamó una voz femenina, seguida de una risa. —Solo tuvimos que esperar quince años esta vez. La puntualidad parece ser un rasgo familiar, joven Min.

Yoongi sonrió.

—¿A qué se debe tanta insistencia? —inquirió, salivando sus labios. Su boca continuaba secándose por el aire espeso y concentrado del salón. —¿Qué es tan imprescindible para sacarme de casa?

La figura femenina caminó hacia adelante hasta ser iluminada por las velas. Tenía cabellos rojos que se amontonaban infinitos sobre sus hombros, como cascadas de sangre, y una sonrisa que detendría hasta el mas saludable corazón. ChungHa era, sin dudas, la vampiresa más hermosa que Yoongi había conocido.

Por desgracia, también era la más desagradable.

—La inmortalidad te asienta, Min Yoongi –dijo ella, bajando su mirada brillante y apreciativa por todo su cuerpo. —En eso te pareces a tu padre.

Yoongi se aclaró la garganta.

—Supongo que no me trajiste aquí a hablar solo de mi padre.

ChungHa abrió la boca pero, lo que fuese a decir quedó interrumpido cuando otra de las silenciosas figuras del fondo caminó hacia ellos. Su voz ronca y aguachentosa llenó la sala con rapidez.

—Tu padre fue un gran hombre —expuso el recién llegado. —Lástima que no supo elegir sus batallas, Yoongi.

Yoongi sonrió forzado, apretando los dientes que picaban ante la mención de aquel tema.

—Al menos luchó. —se defendió.

La mujer estiró su mano y acarició su mejilla pálida, sonriendo cuando sintió la manera en que su rostro se tensó.

—Sí. Tu no estás haciendo ni eso. —se burló ChungHa.

Apartó la mano de su rostro con un movimiento seco —Lo que yo haga dejó de ser parte de su agenda hace mucho —dijo sin subir su voz. No les daría ese gusto.

El otro hombre, al que reconoció como Kim NamJoon, bajó su mirada hasta la mano derecha de Yoongi. Ahí donde permanecía aquel anillo de piedra negra que solía portar cada Min.

Había ambición en su mirada.

—Incluso los Min tienen que inclinarse ante el consejo, ¿verdad?

—Sería mas fácil si mi familia no hubiera sido la creadora de esta mierda, para ser sincero. —confiesa. —Me parece que darle parte de mi dinero compensa el echo de no venir nunca por aquí, ¿no creen? Yo no soy parte de la corte y no molesto a nadie, tengo mi propio terreno de caza y mis propios abastecedores. No necesito, ni voy, escuchar nada de lo que tengan que decirme.

Singularity © yoonmin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora