Capítulo 11

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Verónica, tras coger algo de ropa, se subió en el primer avión que salió para Filadelfia. Por más que intentaba pensar sobre qué habría podido pasar no se le ocurría nada y eso la preocupaba a cada segundo más.

Una vez allí, cogió un taxi y una mezcla de miedo y angustia se apoderó de ella. ¿Y si le había ocurrido algo grave a Camila?

Entró en el hospital con el corazón en un puño y subió hasta la planta que Camila le había indicado. Al leer el cartel de Pediatría se extrañó. ¿Qué hacía Camila allí?

Pero al llegar a la habitación entró sin pensárselo dos veces.
Camila, al ver aparecer allí a su hermana, se acercó rápidamente a ella y la  abrazó. Necesitaba el contacto humano de Vero, ella le infundía valor y afecto.

—Camila ¿qué está pasando? —preguntó descolocada.

—Gracias… gracias por venir —susurró Camila.

Cada vez más confundida, Verónica miró a los dos niños que dormían plácidamente.

—¿Se puede saber qué haces aquí y quiénes son esos niños? —le preguntó:

Camila miró a su hermana y no pudo reprimir un sollozo. Juntos habían pasado muchas cosas y sabía que ella la entendería, tenía que entenderla. Habían crecido sin padres y no iba a permitir que a Tommy y a Sasha les pasara lo mismo. Tras un momento de silencio plagado de dudas para Vero, y de inquietud para Camila, se armó de valor y respondió sin rodeos.

—Son mis hijos.—

Sorprendida como nunca en su vida, miró a los pequeños y exclamó.

—¡¿Tus hijos?! Pero… pero…—

Al sentir el desconcierto de Vero, Camila la agarró de los hombros y en ese momento fue consciente de que había llegado el momento de comenzar a dar muchas explicaciones.

—Salgamos y te lo explicaré.
En el exterior de la habitación Verónica escuchaba lo que Camila le contaba sin parpadear y sin hacer preguntas. Le parecía irreal escuchar una historia así y más viniendo de Camila.

—Y esa es toda la historia —murmuró desesperada tocándose la cara.

Asombrada, Vero asintió.

—Camila ¿cómo has podido ocultarme algo así? —le pregunta mirándola directamente a los ojos.

—No estaba orgullosa de lo que hacía, Vero. A pesar de lo mucho que quiero a los niños y de que daría mi vida por ellos o por mis hijas, siempre he tenido muy claro que no estaba haciendo lo correcto.

—Pero tú y yo siempre nos lo hemos contado todo y…

—Lo sé… pero…

Al ver el dolor de la desesperación en su rostro, Vero suspiró y posó la mano en su hombro para tranquilizarlo.

—Vale… vale.

Una vez logró consolar a Camila, su hermana, su amiga, miró por la rendija de la puerta a los niños y preguntó lo que le carcomía desde hace rato.

—¿Y Lauren?

Al escuchar aquel nombre a Camila se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas.

—Quiere el divorcio —ambos asintieron y Camila continuó—. ¿Te puedes creer que ayer a pesar de lo furiosa que estaba conmigo, me ayudó con los niños? — Vero sonrió. Lauren era una mujer magnífica—.

—Aunque estaba furiosa… me ayudó con los niños —repitió—. Es una mujer admirable, la mejor de todas — continuó con apenas un hilo de voz.

Las Princesas Azules también DestiñenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora