1. La apuesta

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—Y de nuevo, esto es lo mejor que puedo hacer —murmuro, viéndome en el espejo de cuerpo completo que tengo en mi cuarto—. ¡Me encanta! —chillo feliz, sonriendo ante el peinado que conseguí con mi ruludo y esponjado cabello.

Siempre creen que las feas no podemos tener autoestima, por el simple hecho de ser feas -o feos-, pero se equivocan. El autoestima depende de uno. Una fea puede amarse y una hermosa puede odiarse. Todo varía de cómo quieras verte frente al espejo y cómo quieras que te vean.

Yo me amo. Amo todo de mí, aunque eso no implica que no tengo visión y sé que físicamente no soy agraciada. Pero amarse a uno mismo no significa verse hermosa, significa cuidarse, mimarse, hacer lo mejor por uno mismo, y yo lo hago.

Cuido mi salud; intento verme linda cada día y aprecio los puntos físicos que más me gustan de mí; estudio mucho para y por mi futuro; hago caso omiso a opiniones que no aportan nada a mi día a día; me doy gustos cada tanto. Me amo.

—¿No intentaste planchar tu cabello? 

Me doy la vuelta para ver a mi mamá apoyada en el umbral de la puerta de mi habitación. Al verla, sonrío y agarro mi bolso para colgarlo en mi hombro por la correa.

—¿Para qué? Me gusta como lo tengo —respondo, tocando mi ondulado y castaño cabello, mientras le sonrío.

—Yo sólo digo, que un cambio no viene mal de vez en cuando —opina, viéndome ponerme los zapatos.

—Es cierto, no le hace mal a nadie, siempre y cuando lo necesiten. Yo no lo necesito —aseguro, mirándola de reojo y sonriendo—. Recuerda lo que decía mamá, no se juzga...

—Un libro por su portada, lo sé —me interrumpe, para luego suspirar—. Pero también recuerda que como te ven, te tratan...

—Y si te ven mal, te maltratan. Lo sé, ma —aseguro, levantándome de mi cama para acercarme a ella—. La gente es muy pre-juiciosa con la belleza de los demás, pero lo que necesitan aprender es que hay gente que está a gusto con su propia belleza. Porque yo sé que físicamente no llegaría a ser Miss Universo, pero el concurso de feas puedo ganar. —Río ante mi comentario y mi mamá sonríe divertida mientras sacude la cabeza—. No, lo que decía es que sé que físicamente no soy agraciada, pero tengo mí propia belleza y eso me basta.

Mi mamá me sonríe, para después asentir con la cabeza y darme un beso en la frente.

—Tienes razón —contesta, haciéndome sonreír—. Ahora vamos, mi Miss Univeso, que sino, llegarás tarde al primer día de clases.

Recuerdo que cuando empecé a aceptarme tal cual soy, comencé a hacer bromas sobre mí misma, teniendo la teoría de que, si yo me burlaba de mí luego no me molestaría lo que dijeran los demás.

Al principio me costaba y recuerdo que mi mamá se enojaba conmigo por decir esas cosas. Luego fui acostumbrándome, aceptándome y las bromas hacia mí me resultaban graciosas, tanto que ya no las decía con pesar, sino que realmente las decía con humor que resultaba serle imposible a mi mamá regañarme porque ella terminaba riendo conmigo.

Al pasar los años las burlas de los demás dejaron de dolerme y empecé a amarme, porque comprendí que sí, soy fea, pero eso no quita que pueda amarme por todo lo bueno que tengo.

Soy amable, generosa, inteligente, fuerte, independiente, divertida, tengo un lindo color de cabello, unos hermosos ojos, soy soñadora y cumplo lo que me propongo, algo terca pero lo considero bueno, perseverante. En fin, siento que tengo muchas cualidades por las cuales debo amarme. No por tener algo feo, debo odiarme toda la vida.

La belleza superficial es solo eso, superficial. Con el pasar de los años, eso deja de contar, deja de importar.

Así que, empecé a amarme cuando comprendí todo eso y me alegra haberlo hecho a temprana edad, antes de odiarme por algo tan tonto como lo es el físico.

La apuesta del patito feo ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora