"Dicen que la humanidad es solo un experimento y que el universo, está más conectado de lo que creemos"
Mientras el viento acariciaba el rostro de Richard, el humano esperaba el retorno de Babalia con algo de impaciencia. Normalmente no tardaba mucho en conseguir comida para los tres. Desde la cima de la colina donde Richard y Bakur aguardaban, se podía observar el paisaje de enormes sembradíos y rebaños de chukas, que normalmente, eran las presas preferidas de la dragona. Las cazaba en pleno vuelo, como era la especialidad de las hembras y Babalia, lo hacía con maestría. Mientras regresaba, algunas reflexiones pululaban en la mente del muchacho, escéptico a veces, de estar viviendo esta nueva realidad.
El humano llevaba cerca de dos años terrestres viviendo en Sanyahona. Durante el primero, habitó en Amurga, una ciudadela en desarrollo ubicada en el territorio de los dragones. Adoptado por una pulak llamada Ilaria, se ganó el cariño de todas las hembras del lugar. Además, se convirtió en el aprendiz del curandero o chamán del pueblo, el viejo Bakur. Sin embrago, el aprendizaje fue mutuo, porque el chico cursaba el cuarto año de medicina en la universidad cuando "desapareció" del mundo. Junto a Bakur, hizo un buen equipo en Amurga. Mezcló los conocimientos del chamán sobre hierbas, brebajes y fisiología pulak, con su visión científica de las enfermedades. El humano, le enseñó a tomar la temperatura, a clasificar los remedios según la dolencia a tratar. Le instruyó sobre las bases celulares de las enfermedades, alejando un poco de la mente de los pulaks, lo misterioso y mágico. Pese a su edad, un veterano en el arte del chamanismo, Bakur aceptó maravillado las enseñanzas de Richard, y juntos, curaron heridos, sacaron muelas, ayudaron a las parturientas, y desparasitaron a casi todos los pulaks de la aldea. Incluso, la reputación del dúo en el arte de sanar era tal, que recibieron visitas de diversas criaturas provenientes de lugares lejanos. Bakur, agradecido por haber incrementando su fama trabajando con Richard, aceptó de buen grado, escoltarlo junto a Babalia, en esta travesía de escape hacia el imperio tarunel, un lugar supuestamente más seguro para él. Ahora, el bonachón de Bakur, yacía durmiendo a pata suelta, a una distancia corta, con su típico báculo de curandero adornado y roncando fuerte, como un oso, aunque Richard, nunca había escuchado a ninguno.
Mientras el muchacho pensaba en los amigos que había dejado en Amurga, Babalia regresó agitando sus alas y descendiendo unos metros más allá. Traía en sus manos un chuka recién muerto, listo para faenarlo y cocerlo al fuego. No tardaron en hacerlo, pues Richard se había transformado en un experto cocinando su propia comida. Y mientras el pulak continuaba durmiendo, la dragona y el humano quedaron satisfechos con el banquete. Richard guardaba un poco de licor de bacis, que una madre pulak le había obsequiado en el pueblo anterior, a cambio de coser la herida de su pequeño cachorro. Ambos bebieron un poco. A Babalia le encantaba. Sin embargo, el metabolismo de los dragones no procesa muy bien el alcohol, embriagándose con facilidad. Afortunadamente no había tanto bacis como para que la hembra cayera en ese estado.
- ¿Crees que vengan a reclamar el chuka?- Preguntó Richard con algo de ansiedad.
- Grrr...No preocupar, ellos no ver...- Respondió ella con su típico lenguaje incompleto. Seguramente, había sido sigilosa, como tantas otras veces, pensó Richard.Normalmente los dragones hablan con fluidez. Son cultos e inteligentes, tanto o más que un ser humano. Pero Babalia era especial. Cuando Bakur y Richard la encontraron mal herida y moribunda en el fondo de un acantilado, creyeron que no tenía salvación. Estaba muy lastimada. Y aparentemente no solo su cuerpo. También su mente. Al recuperar la conciencia, no habló durante varios días. Solo se limitó a gruñir y hacer señas. La alimentaron y curaron con dedicación. Sanó rápido. Cuando por fin se recuperó y logró alzar el vuelo nuevamente, pensaron que se iría para siempre. Pero se quedó. Aterrizó junto a al chaman y su aprendiz, e hizo una formal reverencia. Luego comenzó a lamerlos frenéticamente a ambos. Ahí recién mencionó su nombre: Babalia. Y aparentemente era todo lo que recordaba. La interrogaron sobre su pasado, intentando saber más de esta misteriosa doncella alada. Pero ella negaba con la cabeza intentando hacer memoria. A veces se acurrucaba a dormir junto a Richard mientras éste le acariciaba su cabellera oscura. A Bakur prácticamente lo usaba como almohada, debido a lo peludo y blando que era. En otras ocasiones, abrazaba al humano haciéndolo dormir sobre las escamas anaranjadas de su pecho contorneado. Babalia siempre ha sido tierna y amorosa con Richard, tal vez, al verlo más pequeño y vulnerable. Para el humano, sus formas le recordaban al de una mujer, incluso mucho más que las hembras pulaks.
Babalia tenía brazos y extremidades largos y robustos, un cuerpo grueso, cuello elegante, cabeza fina, pechos redondos y hasta glúteos que, si no fuera por la cola que nace al medio, no envidiaría a ninguna hembra humana. Su tamaño era casi el doble que el de Richard, y por esa razón, podía llevarlo sin problemas en su espalda cuando alzaba el vuelo. Sus alas, de casi tres metros de envergadura y su habilidad de volar, es lo que nos ha permitido al trio de viajeros moverse con seguridad de un pueblo a otro, a medida que se acercan a la frontera del imperio.
- ¿Gustar? ¿Richard?- preguntó Babalia con un aire de expectación.
- Si. Esta delicioso - respondió el chico sonriendo. Se había sentado a su lado.
- Me extraña que Bakur siga durmiendo. Debió despertar con el aroma de la carne al fuego- señaló Richard, mientras miraba al pulak rechoncho retozar en la hierba. La dragona sonrió.Al observar el paisaje, la gran mancha blanca de estrellas hizo su aparición en cielo. De pronto Babalia volteó hacia el humano y le dijo:
- ¿Hogar?
- Así es amiga. Estoy casi seguro que mi hogar se encuentra allá- contestó este, sin dejar de mirar esa enorme galaxia espiral que tapizaba gran parte del cielo. Richard estaba convencido que aquella era la Via Lactea, y que Sanyahona, se encontraba en la Nube de Magallanes mayor, una de sus dos galaxias satélites, pues también podía divisar, la que podría ser la Nube de Magallanes menor. Eso era lo que recordaba cuando alguna vez, se interesó en astronomía. Se los había dicho a Bakur y Babalia, pero estos no le dieron importancia. El pulak creía que el chico deliraba, pues en su concepto del mundo, no existían planetas en ese hermoso enjambre de estrellas que ellos llamaban, el ojo de Sanyahona.Una brisa helada comenzó a circular por la cima de la colina, sacudiendo la hierba y las hojas de los árboles. Babalia sintió frío y se sentó al pie de uno de ellos. Como ya era su costumbre en los últimos días durmiendo a la intemperie, la dragona estiró los brazos hacia Richard, invitándole a reposar sobre ella. Lo veía como una fuente de calor, pues los dragones suelen ser intolerantes con el frío excesivo. El humano accedió y una vez más, se sentó en sus piernas acomodándose sobre su vientre anaranjado. Babalia lo envolvió con sus brazos y apoyó su hocico corto sobre su cabeza. Le gustaba urgetear con la nariz en su cabello. Sin embargo, no tardó en quedarse dormida. El humano se cubrió con una manta. Al rato, Bakur se levantó para orinar unos metros más allá. Se dirigió hacia lo que quedaba de la fogata y se sentó para comer su porción de carne de chuka. Habitualmente, ambos usaban aquellos momentos para charlar largamente sobre curaciones y hierbas medicinales. Pero hoy, ninguno estaba de ánimos para conversaciones. El viaje había sido agotador. Richard cerró los ojos y trató de dormir sobre su improvisado colchón escamoso. Bakur, en cambio, se dedicó a hacer la guardia esa noche fría.
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Travesía
General FictionRichard Acosta, es un joven humano de 20 años que por accidente, es trasladado a un planeta habitado por dragones, pulaks y toda clase de enormes criaturas. El Consejo Supremo de Dragones, envía emisarios a Amurga para capturarlo, por lo que Narset...