Capítulo Sexto.

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Eliza llegó alrededor de las seis de la tarde, deseando encontrar a la castaña esperando, pacientemente, para ella, pero, por el contrario, encontró que la casa estaba en completo silencio e inesperadamente vacía.

Miró su teléfono, por trigésima vez desde que saliera de la sala de reuniones, comprobando, una vez más, que no tenía mensajes, ni llamadas perdidas de Jessica.

Recorrió toda la casa con la esperanza de que Alycia estuviera en cualquier otra habitación de esa casa, que se hubiese dormida, pero se encontró con el mismo silencio y el mismo vacío en todas partes.

Volvió al salón, ligeramente decepcionada y un poco más ansiosa por volver a ver a esa castaña y verificar que era real y no una ilusión en la que no había podido dejar de pensar en toda la mañana y gran parte del día.

En la cocina, eligió un vino, esta vez un tinto francés; se sirvió una copa que rellenó hasta arriba, a pocos milímetros del rebosamiento, se sentó en el sofá, con su mirada fija en la puerta y esperó hasta que, una hora más tarde, la puerta se abría dejando paso a Jessica y a Alycia.

La rubia casi dio un brinco, pero se contuvo de mostrar la felicidad que recorrió todo su cuerpo al verla de nuevo. Se mantuvo seria, sin embargo, expectante, ante la actitud de ambas, como si ellas fueran grandes amigas, lo que hizo que se sintiera un poco celosa.

Entraron riendo, bromeando entre ellas, Jessica cargaba algunas bolsas de una de las marcas de la que Eliza era dueña y golpeaba a la castaña con suavidad en el brazo con su hombro, probablemente por algo que Alycia había dicho y que había hecho reír a Jessica.

Notó que Alycia además llevaba el pelo distinto, un poco más ondulado y parcialmente recogido hacia atrás, lo que dejaba al aire su largo y suave cuello, permitiéndole a Eliza una visión completa y enloquecedora de toda su extensión.

Pudo gemir de deseo, al recordar su olor, su textura y ese calor que irradiaba cada célula que componía la piel de la castaña y que se transfirió directamente desde su recuerdo a esa parte muy concreta de su anatomía.

Eliza cruzó sus piernas, tratando de controlar el pulso de su sexo entre ellas. Se sintió confusa. Antes, nunca se había sentido tan sedienta, ni tan necesitada de alguien, como empezaba a sentirse de Alycia.

¿Podría ser por el vino?

Había culpado al alcohol ya que tenía ese efecto pico en ella cuando bebía, pero para desinhibirse, como lo había hecho la noche anterior, necesitaba mucho más que las dos copas de vino tinto que había tomado ahora.

¿Qué clase de hechizo o magia había lanzado esa castaña contra ella?

—Oh! Hola... -saludó Jessica, notando a Eliza sentada en el sofá, cruzada de brazos y piernas, en una actitud, que bien podría haberse interpretado por cualquiera, como la de alguien que estaba enfadado.

Alycia dejó de reír y ladeó la cabeza, encontrándose con esos enormes ojos azules fijos en ella; unos ojos que la desnudaban, que la besaban y que la tocaban y que le hicieron atragantarse con su propia saliva y perder toda la decisión y la seguridad con la que había entrado en la casa.

—Hola... -susurró.

Eliza miró a la castaña primero y luego miró a la rubia, quizás durante un tiempo que se sintió demasiado largo para ambas.

Causa y efecto[[[Elycia AU]]]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang