El Pianista-Rives Flows In You

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Sus dedos se movían por el piano, tocando su melodía.

Una sonrisa de anhelo adornaba su rostro. Sus dedos danzando al compás de la tonada, su mente recordando al amor de su vida danzar alrededor suyo... Dando vueltas, dedicándole miradas de amor, de anhelo, de felicidad.

Lo extrañaba. Cada concierto después de ese 12 de enero nunca fue igual.

Su familia ya no estaba.

Llegaba a casa después de otro concierto.

–¡Estoy en casa! –Soltó un suspiro de tranquilidad. Al fin en su hogar.

Madara, que estaba preparando la cena corrió al encuentro nada más escuchar su voz, lágrimas de añoranza amenazaban con salir de esos preciosos y expresivos ojos negros. Tobirama le recibió con los brazos abiertos, dándole vueltas por la sala. Soltando pequeñas risitas de complicidad, de amor. Repartiendo besos por su frente, sus mejillas, su nariz y sus labios. Abrazando fuertemente a su tesoro, aspirando su aroma a jenjibre. Sonriendo mientras le decía cuanto lo había echado de menos, cuanto lo amaba, cuanto le necesitaba.

–Vamos amor mío, un baño no te caerá mal –Madara besaba las manos de su esposo–, Umi está tomando su siesta. Tenemos tiempo antes de la cena.

Subían las escaleras tomados de las manos, sin despegar la mirada el uno del otro, sonriendo tontamente, sonriendo llenos de amor y felicidad. Tumbando en la cama a su preciado esposo repartía besos, poco a poco ambos despojándose de la ropa. Tobirama recorriendo con los dedos cada rincón del cuerpo de Madara, componiendo melodías imaginarias. Caricias suaves, besos dulces, miradas de emoción... Encerrados en su burbuja de amor, fundiéndose en uno solo después de tanto tiempo separados. Amándose de nuevo. Alimentando su amor.

Tomaban una ducha mientras Tobirama hablaba sin parar sobre lo cansado que era irse de gira, Madara le escuchaba atento, orgulloso, feliz y sin borrar la sonrisa dulce ni la mirada brillante de su esposo, de su Moy soldat Zima. Lo había extrañado muchísimo.

Tobirama sentado en el comedor con la cabeza sobre sus manos, observaba atento cada movimiento de Madara en la cocina. En un silencio cómodo el rugir del estómago hambriento de Tobirama les hizo reír.

–¡Papi! ¡Papi haz regresado! –Gritó emocionada su bella hija Umi. Tobirama se levantó de la silla y tomó entre sus brazos a la niña de cabellos negruzco y ojos de obsidiana como los de su esposo. Era su razón de vivir.

–He vuelto princesa –Besó el cabello con aroma a duraznos de su hija y la llenó de más besos–. Te extrañé mucho a ti y a tu papi.

–¿Volverás a irte? –El semblante triste de Umi le llenó de culpa.

–No, no me iré –Le aseguró con un guiño de ojos–, estaré con ustedes mucho más tiempo. Lo prometo. Ahora vamos, hay que poner la mesa.

La niña ladeó la cabeza con dirección a su otro papá que seguía en la cocina. El aroma era delicioso y sin más, Umi asintió con una sonrisa traviesa. Igual a la de Hashirama.

Cenaron en medio de pláticas sobre todo lo que su hija y su esposo hicieron en su ausencia. Le obsequiaron un par de bufandas hechas por ellos. Tobirama no podía ser más feliz.

Los aplausos del público lo trajeron de vuelta a la realidad. A esa oscura, solitaria y triste realidad. Se puso de pie y caminó hacia el frente, dio una reverencia y su vista recayó en los dos asientos de la primera fila que estaban vacíos. Madara y Umi. Cerró los ojos, conteniendo las lágrimas, mordiéndose el labio fuertemente. Dio media vuelta y salió del escenario. Salió del recinto. Se subió a su coche y regresó a casa. A una casa fría y sola.

One Shots (madatobi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora