Sábado, 2 de mayo.

86 6 0
                                    

 

Querido amigo, estoy muy agotada. Ayudé a mamá con el proyecto todo el día. Mi despertador sonó a eso de las 7:00 ¡Un fin de semana! Con su insoportable ruido pegué un salto de la cama y volví a tirarme a ella rápidamente. Abracé la almohada sobre mi nuca intentando tapar mis oídos, aquella cosa no se callaba ni con un martillo. Tiene un sonido tan infantil:

“Buenos días amiguito, es hora de despertar. Ring, rang” con un tono de Goody, el vaquero de Toy Story. Mis oídos no soportan tanta idiotez.

—   Hora de levantarse bella durmiente—esto ya parece Disney.

—   Cinco hora más, mamá—exclamé boca hacia abajo, lo que provocó que me babeara.

—   Qué graciosa, tienes que ayudarme. No tenemos mucho tiempo para juntar dinero, Lea.

—   Bien, espera que me levante.

—   Tienes el desayuno listo, espero que no se enfríe. Haz rápido.

Resoplé. Quiero un descanso, suficiente tarea escolar tengo.

Bien. Es ahora o nunca, Lea. Pensé para mis adentros sabiendo que si volvía a cerrar mis ojos, quedarían pegados durante horas y mamá vendría como en las películas con una cubeta de agua fría.

Cuerpo y espíritu fatigados, afuera pijama. Pierna izquierda, pierna derecha. Remera. Parecía un robot haciéndolo.

Tomé unos leggins y una blusa larga color púrpura. Como siempre, lo primero que encuentro en mi closet. Avancé por el pasillo hacia la cocina. Mi té se estaba evaporando mientras esperaba ser bebido. Nada se compara al aroma de los panesillos mañaneros de mi madre, le da un toque hogareño a nuestra abandonada morada.
Papá ya estaba en la fábrica, controlando a los trabajadores y ayudando cada espacio.
Mamá me había dejado todo preparado mientras limpiaba algunos rincones del interior de la casa y luego el quincho.
Y aquí yo, saboreando cada bocado. Les agregué mantequilla de maní y quedaron aún más deliciosos. Cuando acabé ordené y refregué toda la suciedad para luego seguir acomodándome en el baño.

—   Lea, apúrate, tenemos que ir al mercado—gritó mi madre detrás de la puerta.

—   Ya voy ma, no desesperes.

—   Vamos, cada segundo que pasa es un segundo menos para lograr nuestro objetivo.

—   Vaya que estás motivada!

—   Quiero demostrarle a tu padre que lo voy a lograr.

—   Eso espero, treinta días se pasan volando.

—   Y ya serán veintinueve y medio si no te apuras hija, vamos, vamos.

Parecía uno de esos entrenadores insoportables, solamente le faltaba el silbato.

Ya estaba lista, con un poco de retraso como todos los días.

—   Sube a la camioneta, iremos al súper.

—   Bien, ya voy.

Llegamos y Adela ya me encajó un carrito para que yo lo manipulara. Recorrimos góndola por góndola, yo siguiéndola por detrás como un perrito faldero tras un plato de comida. Producto que veía, producto que arrojaba al carrito. Toneladas de harina, huevos, leche, mantequilla, chocolate, azúcar, polvo para hornear. Todo lo que veía me tentaba, parecía como si cada producto que saltaba ante mis ojos me dijera:

“Llévame”

“Cómprame”

Por eso no puedo durar con una dieta ni dos días, siempre que entro a un negocio quiero llevarme todo.
Un niñito correteaba por cada pasillo entre las góndolas con su avioncito con esa emoción intermitente de ser un pequeño muñeco que manejaba aquel juguete en una importante misión. Su madre lo llamaba desde la carnicería pero él no le obedecía y seguía en su trance. Y en un momento una enorme pila de latas de salsa de tomate se derrumbó de improviso, lo que hizo suscitar de inmediato el grito de su madre y su llanto.

DescubriéndomeWhere stories live. Discover now